La carta de Píramo
Oh alma que en negra esperanza
ha caido en las garras del enemigo.
He de decirte que la aguas del Atlantis siguen sucias,
y en sus cielos nunca se verá el cielo brillar.
Quién diria que me importaría,
pero lo hace.
Me importa si la piedra del pasado se quema en Tártaro,
si el susurro de media noche se funde en los dominios de Tifón.
Quiero que se me devuelva lo perdido,
que Hades hable conmigo
y se apiade de mi alma marchita.
¿Cuánto más debo de decir
para que se entienda aquellas palabras que Eolo se ha llevado?
No lo entiendo.
Qué será de mañana
cuando tenga al abismo en mi rutina.
Una lamentable verdad que he esculpido en mi vida
pero de la cual nunca me preparé.
Qué tonto ha sido entonces mis voluntades y las tuyas,
paganos de la misma religión,
la vida misma.
No hay lugar para mí en los lares de un Olimpo.
No hay perdón entre los brazos de una madre que nunca conoció a un hijo.
Perdido estoy, hoy y mañana.
Dile a las ninfas de la suerte de la mujer del norte,
aquella que no pudo dormir sin pedirle a Afrodita su bendición
y a Ares su valentía.
Quizá nunca se hable de la mujer que una vez llegó a amar la ofrenda de su madre,
sólo porque quiso robar las riquezas extranjeras.
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