La chica de la ventana

Todas las tardes la veo sentada ahí…
No importa si llueve o si bajo un rato a la sala y vuelvo a la misma ventana, ella está ahí. Siempre chocamos miradas, aunque ninguno de los dos lo quiera. Y por ella no puedo parar de pensar en mil y un cosas de las que podríamos platicar.
Aunque nunca hayamos hablado, sé que es lo que le gustaría discutir, sé lo que quiere decir en verdad en su día y sé que siempre la pasa muy mal.
Algunos días la veo triste, otras veces no deja de mirar su computadora y se ríe. Se ve hermosa cuando ríe, pero nunca es por un largo rato; cada que voltea a su lado se le borra la sonrisa y vuelve a perderse en ese mundo de fantasía al que llamamos Internet.


Todas las tardes ella se encuentra cabizbaja, en cada uno de esos días no deja de llorar en silencio. 
Y yo estoy aquí mirándola de lejos y sin poder tocarla.
Lo raro de esto es que de vez en cuando ella voltea hacia donde estoy yo, pero no me dice “Hola” y yo tampoco lo hago, sólo nos quedamos mirándonos como si volviéramos a advertir que estamos invadiendo la privacidad del otro.
Ese silencio que siempre creamos al sólo pestañear…Me rompe el corazón.
Otras veces he llegado a creer que en realidad no nota que la estoy mirando, porque sólo se queda quieta y suspira antes de volver a teclear historias tristes en su computadora.
Todas las tardes estoy esperando a que ella vuelva a mirar hacia la ventana. Pero al parecer no le gusta mucho mi presencia, llego a creer que la odia.
No hace falta que me lo diga directamente, lo sé porque…


Todas las noches yo me vuelvo sombra y la sigo en secreto mientras ella baja la escalera para tomar un vaso con agua.
Me escondo entre las esquinas y en el espejo que se encuentra en el baño. Me escondo incluso bajo sus pies. Ella no lo sabe o puede que sí, pero hace mucho tiempo que me ha olvidado. 
Un día, antes de que los primeros “ellos” aparecieran en su vida, solía reírse conmigo y jugar al ajedrez, algunas otras veces nos contábamos secretos, pero ella no era muy consciente de eso. Por eso digo ahora que nunca hemos hablado o que nunca nos hemos enfrentado.
Porque ella ya no quiere verse más.
Siempre preocupándose por otros, siempre dependiendo de lo último que se dijo en las redes, siempre “ellos”.
Ellos, que cambian de opinión a cada rato. Ellos que ni siquiera saben si cuando llega casa hace lo que quieren. Ellos no saben que al terminar su día, se arrepiente de haber comprado la blusa de escote con la que dijeron que se veía “sexy”, porque así no es ella.
Y yo soy la única que lo sabe, y soy la única a la que parece ignorar.
Eso es chistoso, sus oídos están muy abiertos a escuchar a otras voces, menos a la mía… A la nuestra.  Como si el amarla no fuera suficiente para ser escuchada también.
Ignorada, aún entre los pedazos de vidrio que son los únicos que me ayudan a verla de nuevo.
Ella no me ama, no es recíproco. Cada vez que mira a un espejo me hunde entre caras y máscaras de estética, capturando siempre el mejor ángulo de ambas.
Muchas veces me pregunto por qué no soy suficiente para ella, o por qué cada vez que chocamos miradas suspira.
¿Por qué sus ojos no me ven como yo la veo a ella?  Siempre triste, siempre hermosa.


Había una época en la que no era necesario que yo la viera por separado, que yo tuviera que pasar a otro plano para poder percatarme de que ella seguía ahí; a esa época quiero regresar.  No era necesario un espejo para poder sonreír, ni tampoco cámaras para demostrarles a las personas que somos hermosas.
Esa época en la que hacíamos lo que nos parecía correcto porque no seguíamos a nosotras, a nadie más. Antes de que empezaran a dibujar cadenas en nuestro cuerpo y en nuestros ojos, mucho antes de que nuestra boca pasara a las yemas de nuestros dedos para poder decir lo que pensábamos.
Aún mantengo esa promesa.

Sin embargo… Mi realidad, su realidad es que no puedo hacer nada, si ella no me sonríe una vez más. 


J. Luna

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