La dama con espinas

La última vez que la dejé, ella ni siquiera había visto mi rostro. Pero si lo hubiera hecho sabría hoy lo mucho que sufrí al tomar esa decisión. Nunca le pude explicar bien lo que sentía y creo que aún hoy me faltan palabras por decirle...
Pero ella ya debe de estar caminando con alguien más a un lado.
La primera vez que la vi, ella trabajaba en un lugar en donde el alcohol abundaba y los caballeros pocos agraciados se acercaban descaradamente a las damas del lugar. No sé qué debió de pensar de mí cuando comencé a hablar con ella como si fuera una vieja amiga, sentí una conexión inexplicable desde primera vista y terminé flechado justo antes de que el sol se ocultara y las estrellas brillaran.
Nunca le dije que sentía algo, siempre me cubrí con mi espada, en guardia; por si mi corazonada me había llevado a otra de las trampas del amor. 
No podía parar de escucharle y yo de hablarle de lo que sea,  a veces se me olvidaba que debía seguir en la misma posición, cauteloso y desconfiado. 


Terminé de estar enamorado antes de poder darme cuenta por completo... lo supe cuando la primera espina apareció en mi cuerpo. 
¿Cómo era posible? Mi mente se había divido en dos, una parte seguía en espera de que ella atacara pero mis sentimientos se resbalaron de mi control, la otra parte abrazaba sin miedo el amor que ya estaba creciendo. 
Esa espina apareció porque ella me trataba más como un amigo, a pesar de siempre se sonrojarse al verla a los ojos.  
Y no fue la primera, mientras más me resistía a aceptar que ella estaba conquistando por completo mi corazón, más fácil era que aparecieran las espinas. 
No lo supo, le mentía diciéndole que eran otras doncellas quienes me habían herido...
Fue un alivio para mí cuando me llamaron para dar mi espada en servicio de las nuevas batallas que se suscitaban en el norte. Pensé que eso le daría a mis sentimientos un respiro, una pausa que me haría bien con el tiempo. 
Pequé de imbécil.
Más la extrañaba al paso de los días, anhelaba estar en su regazo por las noches, quería escuchar su voz susurrándome al oído y su aroma abrazándome con cada suspiro suyo.
 Nunca la besé, nunca le dije lo que sentía y me arrepentí. 
Cuando nos dieron la oportunidad de abastecernos en un pueblo cerca, agarré un caballo y fui directamente hacia ella. 
Mi hermosa dama de las espinas, quien ya había probado los labios de otros hombres en mi ausencia. Era de esperarse, no era mi prometida y yo nunca la dejé ver lo que en verdad quería, así que no me sorprendió mucho que de camino a ella me encontrara con los pobres diablos que dejó atrás.
No obstante no podía ignorar el dolor en mi pecho, la angustia de pensar que quizá alguien estuviera junto a ella. 
Si era así estaba preparado para ponerme mi máscara de bandido, subir hasta su recámara y robarle ese beso apasionante que deseaba tanto desde el primer momento en que la vi. 


Cuando la encontré casi caigo sobre mis rodillas, ella estaba tal y como la había dejado, como si ni siquiera hubiera pasado meses desde que nos vimos. Como si me estuviera esperando. 
Le dije lo que sentía y desde ese momento comenzó nuestra vida sin ataduras. 
Yo la amaba y ella a mí, ya no tenía mi espada en la mano y ella ya no volteaba hacia el norte con miedo a que me fuera. Ella era mía y yo era suyo. 
Pero... ahora que lo vuelvo a recordar parece como si todo fuese de fantasía. 
Lo último que escuché de ella era que estaba con un caballero, alguien que le estaba dando todo por primera vez. Un hombre torpe y sin sentido de la buena poesía o literatura. 
Mi dama era "feliz" con él.
Yo sé que no es así. 
Me lo busqué, la volví a dejar y esta vez fue porque la amaba demasiado que no quería que se quedara con un perdedor de batalla.  Quería darle la oportunidad de encontrar algo mejor que una vida llena de incertidumbre. 
Ahora está con éste hombre que apenas y pule su espada para defenderla. 
...Pero ella es "feliz".
Mi Dulcinea... Mi luna brillante y de sonrisa hipnotizante... Mi vida
Ella, quien seguramente está en las mismas condiciones que yo... buscando labios con sabor a los míos, así como yo busco labios con cantos iguales a los suyos. 
La sigo amando, a pesar de mi estupidez... Siempre seré su caballero, aunque me puse en la retaguardia, no me importa quien esté a su lado. Y ahí estaré, si algún día ella vuelve a querer hablar conmigo. 


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