El juego

Entro al casino, hay humo por todas partes y la música elegante no deja de sonar por cada rincón de éste lugar sin corazones en el pecho. 
Todo aquí es un juego, no sé si eso también significa que hay espacio para algo serio, pero no estoy tan seguro de que eso sea justo para éste tipo de actividades. 
Hay personas de gala, como si éste sucio estadio de risas, cigarro, bragas mojadas y ojos desviados sea algo que en verdad merezca decoro. 
Me aliso mi esmoquin, antes de tratar de buscar en los bolsillos de mi pantalón si traigo aquello para poder sentarme en una mesa. Al encontrar el bulto cálido y maltrecho, suspiro y vuelvo a mirar a mi alrededor. 
Aquí ya hay personas con recorrido, personas también que les gusta vivir aquí, con la misma ropa, creyendo que tienen las mismas oportunidades que al principio. 
Yo he sabido jugar aquí, volviéndome alguien sin miedo a perder lo que tengo pero también alguien inteligente que sabe cuándo retirarse cuando algo ya está perdido. 
Sólo unas pocas veces me han agarrado con la guardia baja, y he permanecido en un juego hasta el punto de apostar incluso cosas que ya no tenía. 
Sí, yo también había sido de esos que se quedaban días, meses... incluso años en la misma mesa, esperando por otra oportunidad


 Miro hacia la mesa más cercana y sólo reconozco a una joven de cabello azabache, de buen cuerpo y labios rojos. Me mira y guiña su hermoso ojo castaño mientras juguetea con un mechón de su cabello. 
<<Ah... no. No vuelvo a jugar en esa mesa.>> Pienso. 
Sigo de largo y ella sólo se encoge de hombros y prosigue a susurrar algo al pobre diablo que la tiene sentada en sus piernas. Un hombre bajo y embobado por la belleza de esa sirena, que no dejaba de subir cada vez más sus apuestas con los otros caballeros en la mesa. 
Al parecer esa bruja no ha cambiado, pero lo que sí le reconozco es que nunca entras a su juego si no es bajo un advertencia: nunca te enamores de ella. 
Si en algún caso tú ignoras eso, simplemente te pierdes. 


El bolsillo de mi pantalón estaba inquieto, se acordó de ella y de su lujuria, de lo divertido que era imaginar que se podía ganar, incluso con pocas cartas a tu favor. 
Pero no, ese fue uno de los juegos en los que supe retirarme antes de caer en aquella trampa. 
Golpeé un poco aquel alboroto, recordando al mismo tiempo mis razones para abandonar. 


Más adelante se encontraba otra mesa ruidosa, el repartidor se movía rápido al otorgar mazos: era el momento de los principiantes. 
Aquí era un ritual, siempre que entraban nuevos jugadores a éste lugar se les regalaba todo el monto que consideraban que valía su estancia. Usualmente siempre escogían números muy grandes y para poder demostrar que en verdad merecían esa gran cantidad, se debía de jugar en una mesa especial en donde también podían entrar jugadores de otras categorías (era su momento para robar aquello que otros les quitaron al estar en ese mismo ritual). 
Era de esperarse que en éste juego los principiantes conocían lo que era perder de verdad, y es lo que los formará después para convertirse en buenos o malos jugadores en un futuro. 
No tardó mucho en escucharse el grito de uno de ellos, un grito que recuerdo con claridad, era así como yo lo había hecho cuando me di cuenta de lo tonto que es dar todo en sólo un juego. 
No niego que hay suertudos que salen de éste sitio desde la primera jugada, junto con su dama o caballero a un lado y nunca regresan; pero eso era en tiempos pasados. Las generaciones han cambiado y ahora ha sido más popular el rol de "player". 
Algunas veces también han existido casos en los que uno sale en algún momento de aquí y vuelve aún así. Unos vuelven porque lo que creyeron ganar no fue suficiente y juegan para tener "ingresos extras", otros vuelven porque en verdad acabaron con aquello que alguna vez tuvieron en sus manos y con apuestas bajan se sientan en una mesa nuevamente. 
Y estos "niños" estaban a punto de entrar a éste mundo de azar. 
Justo en ese momento, en aquella mesa, una mujer de mi edad se estaba levantando de esa mesa con un "niño" a su lado, ya iban a dejar el lugar. 
Cuando pasaron junto a mí, la mujer me miró de arriba abajo y sonrió. 
<<Seguramente la veré aquí muy pronto.>>
Me compadezco del pobre joven que salió con una sonrisa dibujada en su rostro, desde aquí parecía que se lo había hecho con crayones cuando la dama a su lado ya se le notaba las ladillas más allá de la entrepierna. 

   

¿Adicción o necesidad? La verdad no lo sé. 
El movimiento de manos en las mesas era incontrolable, algunas veces he llegado a pensar que ésto es como un río que encuentras en medio de un bosque. No sabes dónde exactamente comienza pero sí donde debería de acabar, pero tampoco te vas a poner a investigarlo en ese momento. Necesitas agua, y lo primero que haces es beber hasta saciarte... si es que de alguna manera puedes hacerlo. 
Caminé un poco más entre las mesas hasta llegar al bar que se encontraba hasta el fondo. 
Sin mirar al bartender, dije: 

-Whisky solo, por favor. 

Al igual que yo, habían otras personas aquí, mirando con detenimiento las mesas, esperando a ver si les atraía juntarse en alguna de ellas. Aquí es en donde podía conocer a personas de mi misma categoría, personas que no se precipitaban al juego o que en algún momento se habían aburrido de él, pero que aún así no habían abandonado el recinto para no irse con las manos vacías. 
Al llegar mi bebida, pude notar que ya se había hecho una fila con "Madam Ladore", una hippie del amor que tenía rentado un cuarto en el lugar para recibir a los principiantes y adictos por igual, aquellos que aveces no tenían fe en el juego e iban a sus aposentos para que siempre les dijera que "siguieran jugando". 
Por alguna razón el "suponer" sobre su futura suerte siempre ha servido para que el lugar se mantenga con clientes fluyendo sin interrupción. 


-Por fin dejas a los viles mortales ver tu rostro. 

Una voz familiar me hizo sonreír al instante, haciendo que el sabor del whisky que tomaba se volviera un elixir.

-Sólo a ti. -respondí al verla recargarse a un lado mío. 

Siempre tan coqueta, siempre tan bella, siempre tan ella. 
Con su vestido blanco y labios rosas, apareció como si supiera que con ella es con quien deseaba encontrarme. Sin embargo nunca se lo decía, por ahora ella y yo sólo sabemos que nos gustamos lo suficiente como para salir de este recinto y regresar. 
...Sí. Es aquí en donde la conocí, no sola, porque nunca lo ha estado. 
Su bello rostro fue lo que me cautivó en cierto momento y nuestro acuerdo fue lo que hizo que me siguiera quedando en la barra en espera de otras oportunidades pero no sin su compañía ya obtenida.
Ella me usaba y yo a ella. 
Si me hicieran explicarles qué tipo de jugadores somos nosotros, les diría que somos aquellos que ya no juegan por un todo en las mesas, simplemente  juegan para pasar el rato y sostener conversaciones con cualquiera que quiera nuestra compañía. 
Pero como en todos los lugares, no siempre nos quieren durante un juego, así que entre nosotros nos llevamos muy bien y entre nosotros sabemos sin palabras lo que queremos. 

-¿Ya estás cansado o te vas quedar un rato más acá?-me preguntó al tomar un trago de mi vaso. 

-De hecho, sólo vine por ti. Así que depende de lo que quieras hacer. 

"El juego fácil" decían a nuestras espaldas. 
Unos jóvenes que quizá ya habían tenido su primera experiencia y que nos miraban con asco al odiar la forma en la que "no estamos jugando".
Ella tenía una bolsa de mano, así como yo tengo mi bolsillo, para guardar lo que apostamos y no lo usábamos. Quizá en las reglas del lugar eso no era ilegal, pero para aquellos que siempre perdían algo de sí en cada juego, era un insulto. Porque... ese es el chiste de éste circulo vicioso, perder algo tuyo en cada intento por encontrar  al "gran amor". 
Ésta es la razón por la que nadie en éste lugar tiene un corazón en el pecho, porque todos estamos jugando con él. Al principio jugamos para poder obtener algo serio, otras veces jugamos sólo por deporte y algunas veces por costumbre. 
Ella y yo sólo lo tenemos guardado por si acaso... 
Terminé de beber aquello que quedaba en mi vaso de un trago, y ella sonrió. 

-Vamos, entonces. 

La agarré de la cintura y empezamos a caminar juntos hacia la salida. 
Ella reía y yo coqueteaba. 
Nos gustaba estar en compañía, quién sabe cuándo fue el momento en el que ya no nos importó apostar, o cuándo fue que la última vez que vimos a nuestro corazón y cómo había quedado después de ciertos juegos. 
Yo sólo sentía al mío de vez en cuando en mi bolsillo, pero nunca lo sacaba por miedo a ver qué tanto de mí ya se había perdido. 
Y justo cerca de la puerta de salida, se encontraban los "Mendigos". 


Personas que variaban en sus razones por las cuales estar ahí. 
Habían mendigos que aún conservaban una buena parte de su corazón pero ya no se atrevían a seguir jugando, así que se lamentaban en la puerta para siempre no encontrar una respuesta, o también estaban ahí para aprovecharse de aquellas almas blancas que a veces venían por esos lugares y se compadecía de uno que otro que les pareciera "atractivo". 
Sin embargo en su mayoría, eran personas que ciertamente ya habían perdido la fe en si mismos.
Yo no quisiera acabar ahí, pero tampoco quiero seguir perdiendo más pedazos de mí. 
No es una postura que a muchos les gustaría tener, pero tampoco es una doctrina que quisiera imponer. 
En éste lugar hay diferentes jugadores, unos son honestos, otros les gusta mentir, a otros más sólo jugar... Y no he mencionado a los sobrantes, pero sé que en el juego del amor todo es posible. 

J. Luna



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