El poeta y la luna

Nota: Este pequeño cuento no había sido posible crearlo gracias a una conversación con una persona especial en mi vida. Me hizo ver que hasta el hombre más frío tiene motivos para amar, y que la mujer más indiferente tiene motivos para escuchar y sentir. 

    Iniciar esta pequeña historia con un "Había una vez" no es apropiado, ya que siempre hubo una luz en la noche que nos iluminó a todos, y palabras que lograron enamorarnos perdidamente en sentimientos ajenos. Empezar con una frase no es lo apropiado, pero si lo es empezar a decir que los suspiros son los que pueden guiar a corazones sinceros. 
    Y en este mundo lleno de palabras falsas, son los corazones sinceros los que mueren día a día gracias a heridas que ya no tienen cómo sanar, y recuerdos que ya no tienen cómo desaparecer. Y para los poetas, era una maldición el poder inmortalizar con tinta lo que no pueden expresar por sus labios de manera espontánea. De ellos siempre hemos leído poemas del amor, del odio, la guerra, desolación, las malas amistades, los recuerdos, la decepción y demás, pero cuando hablaban de la luna, sus ojos se veían perdidos en una tristeza y tranquilidad que ni ellos mismos podían explicar.
    Para muchos poetas, la luna era su luz en la oscuridad, la esperanza en adversidades o a veces la amante de sus pesares. 
    Un joven poeta que apenas experimentaba con la tinta y el papel, le dedicaba cada noche unos versos a la luna. Maravillándose de su presencia, de la tranquilidad que le brindaba y el claro sentimiento de cariño cuando se sentía algo deprimido.
    

   Muchas veces él quería que ella le respondiera, que dijera una sola palabra por sus versos que nunca se agotaban. La belleza en sus ojos, la humildad en su mirada, la admiración en cada suspiro era lo que le guiaba a seguir escribiendo a pesar de no recibir nada. 
    Él tenía un escritorio en su patio trasero, listo para acompañarlo por las noches y escuchar en silencio esas palabras que siempre le eran dedicadas a aquella dama que brillaba en las alturas pero que nunca se inmutaba. 

        "Todo lo que tengo es un papel
         y el eco de tu silencio rosandome en la piel.
          Tantas palabras y crueles cicatrices, 
          y al final lo que más duele    
         es el "te quiero" que no dices."

     Era consiente de no ser el único poeta que le dedicaba sus versos. La luna era una dama de muchos amantes que le susurraban palabras dulces cada noche, él no podía ser ser suyo si ella no le pertenecía por completo. El amargo sabor de ser uno más de millones que no dejaban de suspirar en su nombre lo desilusionaba sin recibir algún consuelo. Y qué tonto, han de pensar, que la luna pueda enamorarse de un chico insignificante que nunca podría estar a lado de su musa que claramente no sabía ni su nombre ni de las noches que se la pasaba mirándola con amor. 
      La luna, por su parte, le gustaba ser halagada, no le importaba cuántas palabras llegaban a su cielo y morían en su universo. Sólo le importaba la sensación de seguir siendo amada. 
      Una noche, el joven, con el corazón roto y la mirada aún en el cielo, caminaba por las calles del parque de la ciudad, pensando todavía en la posibilidad de ser amado por aquella mujer de ojos despiadados que no se dignaban en mirar hacia abajo y darle un poco de esa atención que tanto estaba deseando. Sin darse cuenta, la soledad de los árboles y el susurro del viento también lo estaba acompañando. Pero sus ojos no dejaban de bañarse con la luz de su amor imposible, él no dejaba de pensar ella.
     

     "Lo malo es la nostalgia y su debate.
      Mi corazón ya va mejor, si es que te interesa,
      ya sólo me duele cuando late."

       Ni siquiera pudo terminar ese verso que no tenía agrado ni para para sus propios oídos, cuando de repente una silueta apareció sentada en una banca mirando también hacia el cielo hablando en su silencio. 
      Él no tenía intenciones de interrumpir, pero fue la curiosidad lo que lo ayudó a decidir. Se dio cuenta que era una dama de vestido blanco la que se encontraba susurrando pequeños versos, mientras en sus pupilas dejaba que se tatuara la imagen de la luna. La belleza de la joven lo dejó atónito, porque en su persona no había algo que no se le pareciera a la esfera que iluminaba en su penumbra. Sus ojos brillaban con tanta intensidad que casi los confundía con el color gris que abrazaba a la misma luna, su piel tersa y fina era tan hermosa que estaba tentado a sostener ya sus delicadas manos, en cuanto su rostro no podía creer que sólo con ver sus labios ya estaba juzgando que de esa persona sólo podría encontrar dulzura. 
     
  "Abrazo en las noches el aroma de tu piel
condenada a morirme siendo fiel
a un amor que no tiene ningún bien. 

No correspondida he sido por 
las palabras de un poeta empedernido
que me recuerda las veces que he huido
del amor y su cariño."

    Y cuando ella bajó la mirada y lo vio, él se enamoró. Fue cuando ella le sonrió, y supo de inmediato que ella era su respuesta, era los versos respondidos, ella era la luna para sus nuevos ojos y para su corazón que antes estaba roto. 
    Pasaron los días, y ellos dos eran los amantes más extraños que se podían ver en las calles. La joven era toda luz, mientras que el joven sólo se podía limitar a ser la sombra que la admiraba y la seguía ha donde fuera. La dama y el poeta, eran de las personas que decían ser de aquellas que eran diferentes para poder complementarse. 
    Y por muy extraño que fuera, a pesar del pasar del tiempo, el joven nunca se molestó en preguntar su nombre tan siquiera, para él, ella no era nada más que su luna, aquella que nunca pudo alcanzar, aquella que ahora no miraba en las noches porque sus ojos ya no podían ver a nadie más que a la mujer que le sonreía todos los días, aquella que ahora podía escuchar de sus labios que lo quería. 
    Uno pensaría que esta historia terminaría aquí, dando énfasis a la felicidad y recuperación del triste poeta pero no es así. La joven era ahora la que sufría a las espaldas de sus sonrisas, porque se dio cuenta que lo que su amante sentía no era algo que fuera propiamente suyo. Se dio cuenta que sus ojos no veían los suyos, y que sus sonrisas no eran dedicadas a ella por completo. 
     Él seguía enamorado de la luna, y ella era sólo una imagen con la que podía conformarse. Cada vez que él le decía "Mi luna", ella prefería bajar la mirada y dejar escapar una lágrima porque ella sabía que no era a quien amaba. 
   
      
      El amor que ellos sentían se convirtió en papel, él seguía admirando la imagen de aquello que nunca pudo tener y ella se moría por dentro a culparse de no ser lo que él quería que fuera. 
      La luna, al notar que ya no recibía más versos que de costumbre, miró hacia abajo por una vez en la noche y pudo reconocer a aquel joven poeta ahora convertido en hombre paseando con una mujer triste a su lado quien no dejaba de irradiar tan similar belleza con la que siempre la comparaban a ella y su resplandor. Celosa, llenó su corazón de ira y se convenció de volver a recuperar a aquel poeta que siempre la elogiaba por las noches. 
    Una madrugada, en la que la mujer del poeta estaba llorando a solas sobre el escritorio abandonado del patio, la luna aprovechó para hablar con ella.
    -Las mujeres con lágrimas en los ojos son infelices porque sus corazones ya se encuentran grises, así como los cráteres que me rodean. Es por eso que pregunto sin intenciones de seguir abriendo una herida ¿Qué es lo que le sucede a esta mujer?
     La mujer levantó la mirada sin sorpresa, sino con alivio, al escuchar nuevamente hablar a la madre de sus noches era como volver a tener el perdón de los tiempos por mantener el secreto por muchos inviernos. Y mirando al cielo, le contestó:
     -Oh madre de las noches. Yo amo a un hombre que no deja de pronunciar tu nombre, para él no existe una mujer sino no la misma esfera que nos cuida en las noches. No dudo del amor que tiene en su corazón, dudo de ser la verdadera dueña de lo que reside en su interior. 
     -Entonces fin has de poner a esta situación denigrante que te hace pasar este hombre sin un corazón para darte. 
      -Pero madre, ¿Cómo puedo abandonarlo? Si yo soy la que si lo está amando. 
      -No vale la pena amar a quien no te ama, así como no vale la pena seguir caminado si sabes que al final no habrá nada que te esté esperando. 
      -No puedo dejar de amarlo...
      -Eso yo puedo solucionarlo. 
     Y sobre el escritorio apareció un frasco cristalino que contenía la respuesta que tanto esperaba tener aquella mujer con el corazón herido y el orgullo casi afligido.  
      -Un poeta plasma a su amor en versos, es la única manera que ellos conocen para poder prometer amor eterno. Dime querida niña ¿Es tu nombre aquel que se pronuncia en alguna de ellos?
      Y mirando hacia los pedazos de papel que estaban sobre el escritorio, la mujer volvió a sollozar al ver que en ninguno de ellos podía apreciar su nombre. No respondió por amargura y lágrimas que la ahogaban en su pesar, y la luna sonrió al tener un punto en donde atacar, ella ya sabía muy bien que el poeta que en esos momentos yacía en la cama sin sospechar nada, seguía admirándola a ella mientras se convencía de que aquella mujer podía igualarla en alguna forma. Sus palabras no eran mentiras. 
    -Entiendo tu dolor. Lo mismo me pasó a mi con el sol, él decía quererme pero nunca hacía nada para demostrarme que así era. Y el frasco que vez en frente de ti, fue la solución a mis problemas. 
      -Si es de muerte de lo que hablamos, no estoy interesada en dejar que mis lágrimas y mi dolor sean motivos suficientes para dejar este mundo y a este hombre de amor no correspondido. 
     -Querida niña, lo que yo te ofrezco no es muerte sino olvido. Olvidarás haberlo conocido, olvidarás amarlo porque sabes que eso te hace daño. Si él no te ama a ti ¿Por qué has de amarlo tú a él?
      Y sin nada más qué decir, la luna dejó de hablar, viendo ahora sola a la mujer para que pensara en sus palabras y en su sentir. 

     A la mañana siguiente, el poeta despertó con una extraña sensación en su pecho que lo llenó instantáneamente de alegría. Para él, esta mañana era una de las más hermosas de todas, porque desde el momento en el que abrió los ojos pudo ver a su luna a su lado, sonriendo como lo hacía siempre, y llevándole el desayuno a la cama. 
    -¿Por qué está usted de buen humor?-preguntó.
    -¿Por que está usted sonriendo sin razón?
  -Porque usted es motivo suficiente para alegrar mis días y estos lindos gestos que no tienen explicación son los que me llenan de alegría el corazón. Mi luna. 
      Cuando ella escuchó sus últimas palabras quiso borrar su sonrisa, pero en vez de eso recordó nuevamente la conclusión a la que había llegado después de que la luna le dejó ese frasco sobre el escritorio. 
     "Yo no puedo dejar de amar a este poeta que aún se encuentra enamorado de alguien más, ni tampoco quiero olvidarle, pero lo que puedo hacer es que él la olvide a ella. Con lo que me dio puedo hacer que él la olvide y así yo recupere su corazón, aunque eso signifique que me olvide a mi también, yo haré lo posible para ganarme de manera justa lo que me pertenece."
     Y con esas palabras en su mente, vio como el poeta bebía el jugo que ella había preparado, aquel con el que había mezclado la sustancia que la luna le había otorgado. 
     Pero algo que nunca pensó ocurrió. El poeta seguía sonriendo, a pesar de su fortuna, y volvió a tenderse en la cama ahora sin vida alguna. Sus ojos se cerraron como dos pétalos caídos en una cuna y su último aliento se escuchó como un suspiro de esos que le dedicaba cada noche a sus versos. 
    Él había muerto, como en un sueño. 
    La mujer lloró sobre su regazo y maldijo a la luna por haberla engañado. Si, ella le había dado un veneno que fácilmente pudo haberle quitado la vida a ella, pero que uso para quitársela al poeta. Y entre sus llantos, pudo notar algo escondido en la mano de su amado, algo que no había visto desde que movió su cuerpo un poco para abrazarlo. 
    Una hoja doblada yacía sobre los dedos sin vida del poeta, la cual aún estaba perfumada y que parecía haberla hecho varios días atrás. La mujer, aún con lágrimas en los ojos, leyó lo que en sus adentros tenía:
   
   "Tan valiente y tan cobarde 
    es esta oración
    que siempre llega tarde
    para pedirte perdón.
   Con esta pobre y vana pretención
   de pagarte con palabras
    las deudas del corazón.
     
     Todo nace y se marchita,
     el amor muere y resucita.
     A veces duele más las horas
     que todos estos años,
     los besos de los labios
     del amor cuando hace daño.
   
     Te he querido decir desde tanto
     lo mucho que te he amado.
      Eres lo que no callan estos labios
      la pasión que ahora es de ambos.
  
      Mi luna, ahora eres tu la musa
      de mis noches no obscuras.
      Perdóname si no digo tu nombre
      pero he pensado, como es costumbre
      que eres tú la que debe ser admirada
      todas las noches.

      Tienes ahora a tu servicio
      a un poeta que es tuyo
      y que sabe que eres suyo. 
      Eres todas las estrellas y el cielo
      de un hombre que sostiene tus anhelos.
       
      Para mí, tú eres la verdadera luna
      que ilumina mis noches,
      la única a la que me entrego
      a un futuro que deseo."


   

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