La otra cara (Take Me Away)

Nota: Este es un fragmento del tercer capítulo del libro en el que estoy trabajando, espero que les guste.



El humo de un cigarrillo olvidado rondaba débilmente por uno de los pasillos de los edificios del instituto. El eco de unos pasos apagados se escuchaba a duras penas entre los corredores, y la vieja letra de una de las canciones de ronda que le encantaba cantar al conserje en turno.

Después de un día de labor en el instituto, el personal de limpieza siempre se ocupaba de desvelarse para poder hacer brillar cada rincón del lugar para el agrado de las personas importantes que ensuciaban y maltrataban sin sentido numerosas veces todo aquello que tocaban. Para los conserjes, era una tarea muy laboriosa, no valía la pena por el salario que les daban. Claro que, en el instituto, había unos pocos a los que el salario no les importaba sino la sensación de poder hacer algo, era lo que los animaba a seguir trabajando.

Un hombre de unos sesenta años estaba terminando de barrer el pasillo, sus hombros cansados colgaban como si ya no pudiera dar más de sí, su cabellera oscura llena de pequeñas canas tenían un toque opaco ante la luz de los faroles y su tez cubierta de manchas de edad le daba un aspecto frágil.

Se encontró con ese cigarrillo cerca de una de las ventanas, lo dejó algo confundido. Se suponía que los estudiantes no podían ingresar a esas horas a esos edificios. 

Se detuvo un momento y examinó todo alrededor, buscando alguna señal que le avisara que aún seguía alguien ahí. Las luces del exterior alumbraban bien el pasillo, no pudo haberse ocultado alguien tan fácilmente si así lo pretendía, pero no se escuchaba ningún ruido cerca, todo estaba en total calma.

El conserje retomó su actividad.

Sin prisa, empezó a sacar sus utensilios de limpieza, barrió con una escobilla el marco de la ventana, y antes de echar los restos en el bote de basura que llevaba consigo, agarró el cigarrillo.

Un hombre con malos hábitos de humillo, ese sólo objeto era tan tentador y poco apetecible en esos momentos de sólo lo miró por unos momentos antes humedecerse los dedos y apagarlo con suaves movimientos.

De repente se escucharon pasos en el pasillo, interrumpiendo momentáneamente la labor del hombre de mantenimiento. Miró hacia el lado derecho y no encontró a nadie, pero cuando pasó la mirada al otro lado, una joven de cabello oscuro y ojos grandes lo asustó, dejando caer el cigarrillo.

— ¡Oh, lo lamento tanto!—exclamó la jovencita al mismo tiempo que agarraba con suavidad el brazo del hombre que estaba a punto de chocar contra su carrito de limpieza.

—Dios mío… —se puso una mano sobre el pecho mientras trataba de mantener su respiración a control. —Niña, ¿qué haces aquí?

Cuando el conserje se tranquilizó, vio con más detalle a la muchacha que se encontraba frente a él. Vestía una playera blanca y jeans, no era más alta que él, pero sus facciones la hacían ver un poco mayor. 

Ella lo soltó, se llevó las manos a la espalda y sonrió ante la pregunta del conserje.

—Ah… eres tú. —dijo al fin el hombre.

En sus ojos notó desconcierto, sin embargo lo ignoró por completo cuando ella dio un paso hacia atrás aún con esa pequeña sonrisa iluminada por las luces del patio.

—Pensé que ya habías superado ese hábito tuyo de pasearte por las noches en los edificios. Ya no tienes diez años. —soltó un pequeño suspiro de cansancio.

Recogió el cigarrillo del suelo y lo metió de inmediato al bote de basura, al mismo tiempo que se colaba por detrás del carrito de limpieza, dispuesto a seguir con su ronda. Él sabía que ella no iba a hacer ningún desastre si la dejaba andar sola, podía cuidarse sola, sin embargo algo en si le decía que quizás esta noche no era conveniente que estuviera rondando sin supervisión.

—Quizás… Necesitaba relajarme un poco, después de estos días. —dijo vagamente la estudiante mientras desviaba su mirada a la ventana más cercana.

Vislumbraba la luna a través del cristal, el manto nocturno lucía como en gala ante los espectadores, mientras las nubes paseaban despreocupadas tratando de opacar el brillo de las estrellas y la misma reina de la noche. El olor a productos de limpieza era lo único que le impedía disfrutar por completo del ambiente.

El conserje empezó a caminar de nuevo hacia su próximo destino, otra aula que limpiar antes de poder irse a descansar y dar por hecho su trabajo.

—Es cierto que los primeros días son pesados, pero tengo fe en que mi hijo puede apoyarte en ese caso. Sé que no se atreve a hablarte mucho pero deberías de darle una oportunidad y dialogar con él. —se detuvo en frente de la puerta de color cobrizo, estando a pocos metros de ella para que lo siguiera escuchando.

Sabía muy bien que ella quizás no se refería a los típicos trabajos pesados que puede llevar cualquier estudiante, ella era diferente, y debía de estar soportando maltratos de los que llegaban a estudiar en ese lugar. Sabía que de alguna manera ella estaba segura en su casa, pero que ahora que se le daba la oportunidad de estudiar en un lugar concurrido de personas estaba más expuesta. Lástima, era lo que sentía hacia la jovencita, sin embargo nunca se le dio la oportunidad de conocerla un poco mejor, ella no era una mala persona, sino que las personas fueron la que la fueron transformando en alguien sin sentimientos. Era así como sus compañeros de trabajo se expresaban de ella, ya que veían como a apedreaban algunas veces y ella solo esperaba a que todo terminara para poder levantarse y caminar hacia su casa con una calma perturbante. No lloraba, no gritaba, solo soportaba.

<<Una muchacha fuerte que se merece algo más que estar encerrada con personas egoístas y temerosas. >>Pensó el conserje

Sacó un juego de llaves en su bolsillo, mientras dejaba pasara todos aquellos pensamientos fluir.

Al oír el tintineo, la muchacha suspiró ruidosamente y cerró un momento los ojos. No se había movido de donde estaba.

—Está abierta. —dijo.

El conserje, al escucharla, se detuvo en su ardua tarea de encontrar la llave correcta, y miró con duda en dirección hacia la puerta. 

Ella giró un poco la cabeza para asegurarse de que la había escuchado.

—Está abierta. —volvió a decir, ahora ausencia en su voz. No espero a que el conserje volviera a hablar. —Sin embargo, no pienso que esa habitación necesite limpieza por el momento. —dejó escapar un pequeño bufido, como si sus propias palabras la hubieran divertido. —Más tarde, tal vez.

Sin saber por qué, el conserje experimento un escalofrío al escuchar sus últimas palabras, aunque parecían muy inocentes al salir de los labios de esa muchacha ocultaban algo más que sólo eso. La curiosidad lo albergó enseguida, miró con el rabillo del ojo que lo observaba, paciente, como si ya supiera lo que estaba pensando. Ella ya no estaba sonriendo, tenía la mirada seria, tal y como siempre la habían visto cuando rondaba por el instituto. Sus ojos destellaron el intenso color violeta como una amenaza, la línea de sus labios empezó a hacerse más fina mientras aquel hombre se debatía en ignorarla o no.

Un olor húmedo y extraño atacó sus fosas nasales en ese momento, era muy débil para percibirlo a lo lejos, pero podía percibirse al estar parado justo en ese mismo punto, ese olor emanaba de aquella puerta.

—Sabes que es mi trabajo…—dijo con una pequeña risa que usó como un camuflaje a su nerviosismo.

—Sí, lo es. —contestó rápido, levantando las cejas mientras miraba nuevamente hacia la ventana. —Eres de las personas que hacen lo que se les pide, en este caso a ti te piden la limpieza. —hizo una pequeña pausa para mirar nuevamente la luna. — Por mi parte quiero pedirte que sigas adelante, y des por hecho tu trabajo. De lo contrario… —una nube pasó justo por delante de la luna, ocultando su brillo en el lugar. Aunque aún había un poco de iluminación, parecía como una penumbra estuviera pasando justo en esos momentos en ese mismo pasillo, dejando como farol los ojos color violeta de la muchacha. —Bueno…Creo que será mejor dejarlo a mi imaginación.

La imagen del cigarrillo se apoderó de los pensamientos del conserje inmediatamente, ese simple objeto que había encontrado solo en la ventana, aquel que aún seguía prendido y sin terminar.

Volvió a mirar la puerta y sin pensarlo un segundo más puso la mano sobre la perilla, abriendo de un clic la cerradura. Como ella lo había dicho, estaba abierta.

<<No confíes en el violeta…>> Esa fue la frase que una de sus compañeras de trabajo le había dicho en una ocasión, cuando limpiaron la sangre de uno de los pasillos. Habían dicho que la chica de ojos color violeta había lastimado a uno de los estudiantes, eran muchos los rumores que corrían acerca de esos. Unos decían que ella le arrancó la oreja con los dientes, otros que con sólo mirarlo directamente a los ojos ella podía hacerte sangrar sin importar las circunstancias. Sólo bastaba con ver sus ojos para saber un poco de la verdad.

Cuando la puerta se abrió, con un leve chirrido, el aroma a que antes había percibido se hizo más penetrante.

<<Sangre…>>

Fue lo único en que pensó el conserje al ver como las paredes del aula estaban tatuadas con el color carmesí, tenían las marcas de manos que iban acariciando el tapiz, como si no hubieran tenido más remedio que recargarse de ahí. Había un pantalón hecho tendido sobre el escritorio de los profesores, y el cuerpo… << ¿Dónde está?>>

Antes esa pregunta martillando su pánico, el conserje se adentró un poco más al aula con el corazón palpitándole con tanta fuerza, parecía como si le dijera que saliera corriendo de ahí, pero no lo hizo.

<<Ella no puede ser capaz de esto, no ella. >> Se repetía una y otra vez.

Siguió con la vista las marcas de sangre en la pared, así como los taburetes desordenados que se abrían paso hacia la cima de los lugares de los estudiantes.

Y ahí estaba, el dueño del cigarrillo.

Un muchacho, quizás de último curso, se encontraba suspendido sobre el último peldaño. De alguna manera sus brazos y piernas estaban extendidos, estaba flotando. Mutilado. Su mano derecha ya no estaba, la sangre aún caía fluidamente contra el suelo; sin embargo eso no era lo que le quitó el aliento al pobre hombre que yacía pálido en medio de la escena. El muchacho estaba desnudo de la cintura para abajo, con los testículos casi desgarrados, como si una ralladora de queso hubiera trabajado duro para hacer que colgaran a dependencia de un solo pedazo de pellejo que estaba adherido al cuerpo del pobre dueño. El pene se encontraba abierto, como si hubieran pasado un cuchillo por todo lo largo y jalando el pellejo hacia afuera, dejando ver la parte interna de este. Lo demás parecía estar intacto, claro que la piel estaba totalmente pálida.

¿Cuánto tiempo llevaba ahí? No mucho, pensó el conserje, ya que el cigarro que había encontrado estaba a la mitad.

Estaba muerto. Era lo más lógico, por la pérdida de sangre y la conmoción que debió de haber sufrido.

El cabello oscuro del chico caía como sin vida, su rostro estaba agachado, no podía ver de quién se trataba, pero aunque pudiera hacerlo lo más seguro era que no lo reconocería.

<< ¿Cómo no pude escuchar gritos en el edificio?>> 

Horrorizado, tardó unos segundos para volver a mirar en dirección a la chica que se encontraba aún parada cerca de la ventana del pasillo, la puerta se había quedado abierta para su bien. Seguía mirando hacia el cielo nocturno, no se mostraba alterada ni tampoco se notaba que tuviera manchas de sangre en la ropa que la delataran.

—Es una lástima, hubiera preferido no ensuciar más.

Ella se dio la vuelta y le dedicó una expresión melancólica.

Aquellas palabras no lo decía por quién yacía muerto, sino por aquel que iba a matar, y el conserje lo sabía. Pero antes de que mil posibilidades pasaran por su mente, vio como la muchacha se marchaba, dejándolo con el corazón palpitándole en la boca.

No iba a volver a mirar al muchacho, le estaban dando náuseas y dolores incomprensibles en la entrepierna con sólo reproducir la imagen en su mente. Lo primero que se le ocurrió fue huir de ese lugar, y no lo pensó demasiado. A traspiés corrió hacia la puerta, tenía en mente ir directamente hacia los primeros guardias que viera en la salida e informarles acerca de lo sucedido y de quién lo había hecho.

Pensó en su hijo, quien siempre debía de entregarle paquetes a esa muchacha, ¿A esa clase de persona debía de acercarse?

No, debía de hacer algo de inmediato.

Y de las pocas cosas que pudo haber pensado ninguna le ayudó a ver con claridad, lo cual le costó la vida.

En la puerta, estaban colocados dos hilos muy finos en forma de “X” a largo y ancho. Y al momento en el que el pobre hombre cruzó corriendo, estas actuaron como navajas al contacto con su piel. Lo rebanaron en cuatro pedazos que salieron disparados contra la pared y ventana de enfrente, salpicando sangre en todo el marco de la puerta y el pasillo. No hubo ningún grito, ni siquiera un ruido de sorpresa, el hombre murió sin saber que estaba a sólo unos pasos de respirar por última vez.

El silencio se apoderó del lugar.

La muchacha estaba recargada contra la pared, justo a unos pasos lejos de donde los pedazos de carne yacían emanando rojo carmín sin cesar. Seguía mirando hacia las ventanas, contemplando cualquier cosa que pudiese pasar en ese momento en el cielo.

—Te dije que no necesitaba limpiarse.


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