Shadowville

Nota: Este es el principio de uno de mis libros en proceso. Espero poder compartir con ustedes un poco más cuando ya esté por la mitad. 

Sé que si mis padres pudieran verme ahora no estarían nada orgullosos por lo que voy a hacer. Aquí no tengo que decir “quizá” porque si no mi cabeza pagaría las consecuencias. Y si no es mi cabeza entonces sería mi ropa interior, y como que no me apetece estar desnuda en frente de esta gente.
   El viento golpea fuerte mi cara, sin embargo las aguas parecen estar muy tranquilas esta noche, el olor del mar me embriaga de éxtasis, la adrenalina me llenaba hasta el último rincón de mí ser. El ruido de las gaviotas no dejaba de decirme que era una mala idea. ¡Ja! Ya estaba alucinando, o probablemente no eran las gaviotas las que me estén gritando sino mi sentido común de la supervivencia. Esto sólo era de suicidas.
   Estaba al borde de un acantilado, esperando la señal para que saltara.
   No es que fuera un acto de suicidio, de hecho tuve que bajar unos cuantos metros para que la caída no fuera tan dolorosa, en el remoto caso de que no pudiera cerrar las piernas antes de llegar al agua.
   Me atreví a acercarme un poco más a la orilla donde estaba, sin despegar mis manos de la rocosa pared a la que me estaba aferrando. Debajo pude ver cómo pequeñas olas golpeaban a los pies del acantilado, por suerte no había rocas en esta parte así que no me tendría que preocupar por si me llego a morir en el agua.
   – ¡Oye, Zoe!–oí gritar a Connie desde arriba. –Si no sales de esta ¿Será que me puedas dejar todo lo que hay en tu guarda ropa?  
   Tardé un poco en poder procesar sus palabras. Ya que no podía dejar de pensar en cómo demonios iba a salir de esta situación. O si tan siquiera viviría para contárselo a mis nietos.
   –Y así, hijitos míos, fue como su abuela se dejó sobornar por sus amigos para que saltara de un acantilado.
   – ¿Y qué ganabas de eso, abuelita? –preguntarían ellos.
   Y yo sólo respondería:
   –Sólo la satisfacción de demostrar que no era pringada miedosa.
 <<Vaya razón. >>
 Dirigí mi mirada hacia donde Connie se encontraba. Su cabello azabache le colgaba con gracia por toda su cabeza, parecía como si tuviera una aureola traída de la mismísima noche. Se había recostado en el suelo, mientras asomaba la cabeza por la orilla, sonriéndome de esa manera tan divertida que simplemente me hizo olvidar todas mis preocupaciones.
   – ¿Eso incluye mi cuadro de Los Beatles, no? –pregunté levantando una ceja.
   – ¡Y tus vinilos, purista presumida!
  Su comentario sólo hizo que mi sonrisa se mantuviera firme. Sin embargo otra persona se estaba ahogando de risa.
  De pie, junto a Connie, estaba mi hermana, Emma,  y su novio, Axel.  Ellos estaban aquí porque escucharon el rumor de parte de Yael, quien debería de estar preparándose para darme la señal.
   Mi hermana es dos años mayor, tiene diecinueve años, cuando terminó de estudiar la preparatoria decidió darse un año de descanso. A lo que yo le llamo “año de rebeldía Emma” ya que sólo lo ha usado para cambiar tanto de imagen como de filosofías. Ahora lleva su cabello pintado de un morado eléctrico y las puntas de azul celeste, por suerte aún no se ha tatuado (o quizás no lo sé aún). Lleva un piercing en la ceja derecha, y siempre se viste de manera muy reservada, ha optado por usar casi siempre playeras de manga larga de colores oscuros, y pantalones de mezclilla muy ajustados. Tiene un cuerpo para presumir así que no puedo negar que se ve bien cada vez que sale de casa.
   Antes de que cambiara totalmente, éramos como gemelas, claro que una más alta que la otra. La misma nariz respingada, el rostro redondo, los labios delgados (yo los tengo un poco más gruesos) y el cabello ondulado de color castaño. Ahora somos como dos extrañas sin parentesco alguno, y más aún cuando decidí cortarme el cabello como su tocaya Emma Watson. Siempre oía que las chicas querían cortarse el cabello así de corto pero no se atrevían ya que adoraban tenerlo largo, sin embargo a mí me daba igual.
   Otra cosa que nos diferencia es su lunar. Mi hermana tiene un diminuto lunar cerca del labio. Muchos muchachos que conocía decían que eso le daba un toque sexy a su imagen. Por el contrario yo no tenía nada de eso en el rostro.
    Creo que su novio Axel debe considerarse todo un suertudo al tener a la chica más sexy del pueblo.     
   Ella cuando reía parecía iluminar todo lo que estaba su alrededor. Se recargó en su rodilla mientras se secaba las lágrimas que se le escaparon al reír.
   –Sólo no hagas ninguna locura al estar en el aire. Has lo que siempre hacías en los concursos de clavados.
   Levantó su pulgar en forma de aprobación.
  Por supuesto, ella confiaba en mí. Es mi hermana mayor, si yo estuviera expuesta a un verdadero peligro era seguro que ella hubiera intervenido. Pero me conoce bien, nuestros padres siempre nos inscribieron juntas a clases de natación y clavado.
   Su novio Axel la imitó, sonriendo a medias.
    Él era un hombre de pocas palabras, algo serio para mi gusto. Pero es todo un caballero. Él y mi hermana eran como el ying y el yang. A ella siempre le gustaba estar en fiestas, pero él disfrutaba mejor estar encerrado en una biblioteca. Sin embargo cuando estaban juntos eran como la historia que toda chica desea tener, ya que  de alguna u otra manera se complementaban: cada vez que mi hermana se lastimaba, él ya estaba preparado para limpiarle la herida, o cuando él no sabía qué hacer  en cualquier situación ella siempre sabía decirle las palabras que necesitaba y quería escuchar para encontrar una solución. Él amaba tanto a mi hermana que era indudable las veces que decía “Daría todo por ti, cariño”. Todo un caballero de cuentos de hadas: Rubio, alto y de ojos color verde opaco.
   Puso una mano sobre sus lentes para que no se le cayeran al mirar abajo, mientras calculaba un poco mejor la caída desde ese punto. Él sólo torció sus labios y me miró a los ojos. Y lo único que pude hacer fue encogerme de hombros, como diciendo “Lo sé, es una locura”.    
  A lo lejos, escuchamos el motor de un bote deportivo aproximándose, acompañado del grito de unos adolescentes aullando como lobos en luna llena. No hacía falta preguntar por qué o quienes eran, ya lo sabíamos muy bien.
  El bote era demasiado llamativo, se podía ver con claridad en la oscuridad del mar por el color naranja fosforescente, y las luces delanteras que iluminaban su camino. Y en ella se encontraban dos personas, a las que nosotros podíamos identificar como Yael y Samuel.
   Me atreví a despegarme de la pared del acantilado, para quedarme definitivamente al borde de la orilla. Mis pies estaban desnudos ya, listos para sentir el frío abrazante del agua. Dudo mucho que mi suéter y mi pantalón de mezclilla puedan ayudarme a soportarlo en todo mi cuerpo.
   El bote se detuvo a casi veinte metros lejos del pie del acantilado.
   – ¿Lista, Zoe? –preguntó Connie.
   << ¿Lista? Creo que si, al menos de que tengas una idea de escapar de esto. –esperé un momento-No, no la tienes. Bien, entonces…Tienes que saltar. >>    Aspiré hondo, estiré mi cuello y miré nuevamente hacia el mar, el oscuro y apacible mar. ¿Por qué hoy tuvo que estar así de tranquilo? La luna misma parecía estar aguantando el aliento mientras sus estrellas tintineaban de nervios. Quise ver más lejos, más allá de lo que la luz de la madre de la noche me podía ofrecer, pero eso es sólo una pérdida de tiempo. Por ahora, y pido mis disculpas a ella, no podré admirarla de la misma manera por esta noche.
    Agarré mis tenis y los amarré alrededor de mi cuello sin llegar al punto de asfixiarme, de esa manera no se me perderían al llegar al agua. Bien me los pude haber dejado puestos pero esto era parte del trato.
  –Que alguien le recuerde a la princesa de que si se demora más tendrá que quitarse la ropa. –dijo Yael por medio de un altavoz desde el bote.
   No podía verlo desde esta distancia pero pude imaginarme una sonrisa pícara al pronunciar esas palabras. 
  –Estoy lista. –dije alto y fuerte para que me escucharan.
  Pero bien sé que sólo me oirían Connie, Axel y mi hermana.
 Estiré mis brazos a la altura de mi cabeza, volví a respirar profundamente para calmar mis nervios, y esta vez no miré hacia abajo, sino hacia el horizonte.   Salté.
   El viento silbaba en mis oídos, el sabor del mar empezó a acariciar mis labios y el nudo en mi estómago empezó a desaparecer cuando mis dedos al fin lograron romper el la calma del mar.  El golpe no fue tan fuerte como me imaginaba, era la primera vez que saltaba desde un punto muy alto.
   Pero pensé demasiado rápido, al primer segundo de estar en el agua pude sentir cómo la presión empezaba a abrazarme entre sus fríos brazos. Abrí los ojos en la penumbra, lo cual era completamente ilógico, ya que si sabía que no iba a poder distinguir nada en las profundas aguas era mejor nadar inmediatamente a la superficie. El mar me sorprendió, la luz de la luna y las estrellas eran suficientes para distinguir un poco en el agua. Era un hermoso espectáculo de ondulantes turbios y graciosas especies diminutas de peces del mar. Vi cómo mi aliento se escapaba de mí en forma de burbujas sobre mí, elevándose al paso del silencio.
   Me quedé flotando entre la calma y el frío por un momento más. Me sentía tan tranquila, los nervios se habían esfumado definitivamente y ahora mi recompensa era la imagen de un mundo más hermoso del que pude haber visto antes.
   La presión en mi pecho empezó a ser más insistente, los pulmones me estaban empezando a arder y ahora pude oír cómo el motor del bote venía acercándose.
   Di un último vistazo a los misterios del mar, luego empecé a nadar hacia la superficie.
   Al volver a sentir el aire llenando mis pulmones, observé que la noche se hacía cada vez más bella ahora. Me había alejado más o menos diez metros del acantilado. Pude oír con claridad a cómo Connie me vitoreaba, mientras mi hermana aplaudía con locura y Axel saludaba exageradamente desde donde estaban. Levanté ambos brazos para que supieran que me encontraba bien, y ellos aumentaron la intensidad de sus vítores.
   Lo admito, fue fascinante. Mi sonrisa era totalmente genuina y llena de satisfacción, al fin después de tantos días de estar encerrada en mi habitación.
   Unas luces cegadoras me apuntaron desde cerca, el ruido sordo del motor apagándose fue lo único que me hizo calmarme un poco. Ya era hora de salir.
   Seguidamente escuché el ruido de algo o más bien alguien quien había entrado al agua. Y en menos de un minuto Yael ya estaba junto a mí.
    Sus ojos oscuros aparecieron de repente entre los calmados movimientos del mar, sin embargo el que apareciera no era de mi agrado porque ya sabía lo que venía después. Sin que pudiera hacer algo si quiera, él me pegó a su cintura, y agarró mi barbilla para luego robarme el aliento con un beso descarado. Su lengua viperina casi siempre se daba a la tarea de recorrer con lujuria cada rincón de mi boca. En cuanto la sentí retorciéndose dentro de mí, arrugué la nariz y la mordí con asco.  
   De un puñetazo me separé de él.
   – ¡Uh! Eso debió dolerte. –dijo Samuel al momento de poner un pie en el capo del bote.
   Gracias a que Samuel se interpuso entre el faro y mis ojos, pude notar el monstro de dinero que estaba a sólo unos metros de mí. La nariz del bote era demasiado pronunciada, y estoy muy segura de que la fachada lujosa era mucha más pretensiosa por dentro. Sé que originalmente ese bote era de color blanco pero gracias a los caprichos de Yael, la mandaron a pintar de ese horroroso color chillón.
   Samuel no paraba de carcajear, su voz ronca hacia que su risa fuera una de las más extrañas que he escuchado hasta ahora, era como si escuchara a un cerdito reírse entrecortadamente. Connie decía siempre que a ella le resultaba adorable, y claro, debía decir algo así, es su novio después de todo.
   Me acerqué lo más que pude a la orilla del bote, ignorando por completo las quejas de Yael.
   –Oye, linda. Se supone que las mordidas son con cariño. –lo escuché decir.
   –Samuel, ayúdame a subir. –di unos cuantos golpes al costado para llamar su atención.
   –A sus órdenes, señorita. –contestó Samuel aún con risas.  
  Oí sus pasos pesados, recorrer el interior del bote, así como las brazadas en el agua de Yael, quien me advertían que se estaba acercando otra vez pero con más calma. Tuvo suerte, pude haber hecho más con su lengua si me lo hubiera permitido, no hubiera gastado para ir a hacerse una perforación.   
   Me ubiqué en la parte de atrás, en donde el nivel del bote se achataba de una manera algo absurda. Era como si tuviera cola de castor. La iluminación de los faros incrustados en la estructura del bote, me hicieron  ver que tenía razón en cuanto al lujo que ocultaba la fachada. En ambos costados había escalones forrados de madera, así como una pequeña estancia de mesas circulares, un frigorífico, y sillas cilíndricas.   
   El brazo de Samuel se extendió delante de mi rostro, me aferré con fuerza y subí sin problemas.
   – ¿Señorita? Deberían de enseñarle mejores modales antes de llamarse así. 
   Sólo sentí cuando él subió de un brinco al bote, sacudiéndolo un poco. Me estaba quitando los zapatos del cuello para después ponérmelos, pensé que así descansaría un poco de su acosadora presencia pero para mí tragedia, él se sentó en el mismo escalón que yo.     
  Yael y Samuel son primos paternos, ambos compartían pequeños rasgos similares, pero aún con ellos siempre resultaban ser personas totalmente diferentes. Su cabello era oscuro, sus ojos  eran de un hermoso color pardo y su altura no pasaba del metro ochenta. Eso era lo único que tenían en común. De todo lo demás, Samuel tenía un poco más de musculatura que Yael, y Yael tenía varias heridas en su cuerpo. No eran de aquellas que se quedan de por vida, sino heridas que llegan y se van, en su caso, una nueva cada día aparecía. Por ejemplo ahora, podía notar una larga que atravesaba desde el antebrazo hasta el codo.
   –Déjala en paz, Yael. Ya te bateó varias veces.
    Otra cosa muy importante de Yael, es que es muy persistente. Desde noveno grado, que fue cuando empecé a tener clases junto a él, cuando empezó con esta idea de que él y yo debíamos ser más que amigos. No era de sorprenderse que él tuviera a toda una fila de chicas babeando por él,  pero yo era la única en la clase que no le hacía ni el más mínimo caso, así que su juego de hacer que caiga a sus pies se ha vuelto algo común y poco agradable para mi rutina diaria.
    Samuel empezó a subir la pequeña ancla del bote, y agarró sin prisa el megáfono que se encontraba sobre los escalones del otro costado.
   –Ya le dejé en claro que no me rendiré hasta que ella misma me diga un “si”.
   –Morirás soltero, ten eso por seguro. –dije mientras lo miraba de soslayo.
   Al levantarme, me dirigí hacia la proa para ver hacia la cima del acantilado, en donde aún seguían mi hermana y los demás.  Movían frenéticamente los brazos, al principio pensé que estaban saludando pero mi sonrisa empezó  a apagarse cuando Connie hizo ademán para que mirara a lo lejos. Y cuando lo hice, el corazón casi se me subía a la garganta.
   – ¿Qué sucede? –preguntó Samuel mientras se acercaba a mi lado aún sin percatarse de las advertencias de los demás.
   Por las orillas del acantilado, a lo lejos (pero no por mucho) se acercaba otro bote a toda velocidad, con luces rojas y azules alumbrando su capo.
   – ¡Es el sheriff! –gritó Yael quien ya se estaba dirigiendo  la cabina de mando.
   Samuel no tardó en reaccionar, y comenzó a correr en dirección hacia la popa. Tuve que despabilarme unos segundos más tarde, ya que me detuve aún para ver cómo mi hermana empujaba a Connie hacia atrás para que empezara a correr junto con ella y Axel.
   Todas las luces del bote se apagaron en ese momento, dejando sólo a la vista el rojo y azul del bote del sheriff. El motor del nuestro empezó a gruñir con fuerza, y sin perder más tiempo arrancó como un auto de carreras. Tuve que aferrarme del barandal de un costado para no caerme nuevamente al agua.
   – ¡Agárrate bien, Zoe!–me advirtió Samuel desde atrás.
  Me dirigía hacia él sin despegarme del barandal. Cuando llegué a la entrada de la cabina, me sujetó de la cintura y me ayudó a sentarme en una de las sillas. Me aferré con las uñas a la mesa en todo momento, aún más cuando el bote empezó a dar saltos bruscos.
    –Tranquila, Yael sabe lo que hace. –trató de calmarme sin éxito.
   Él seguía parado en la entrada de la cabina, se sujetaba con ambas manos del techo, y aunque estaba igual de blanco que yo mostraba una sonrisa confiada y divertida.
    –Dudo mucho que tenga supervisión nocturna. –espeté.
    En ese momento, otro saltó hizo que abrazara la mesa con todas mis fuerzas. Yael partió de risa, podía ver como sus ojos me observaban con atención por el retrovisor, me abstuve a gritarle que pusiera más atención al frente que a mí, pero me encontraba demasiado cohibida como para decir una sola sílaba.
    De reojo sólo pude ver cómo el bote del sheriff se iba haciendo un pequeño puntito detrás de nosotros.
   Al menos eso fue un alivio, no iba a dejar que mi familia se escandalizara porque me aventuré a altas horas de la noche a saltar por el acantilado. Pero ni el sheriff es tan tonto como para no ubicar este bote naranja y lujoso, había solo tres familias adineradas en el pueblo, no tardaría en dar con los vándalos que estuvieron aquí esta noche.
  Pero no estábamos haciendo algo malo ¿o sí?
  <<No, Zoe. ¡Cómo crees!, sólo saltaste en un lugar en donde el mismísimo sheriff había declarado prohibido, y aparte estas a bordo de un bote lujoso en donde su conductor no tiene ni licencia ni la sobriedad necesaria para tomar el mando.>>

   Oh sí, estamos jodidos. 

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