Carta a mi presidente Peña Nieto

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Estoy llorando, eso es lo primero que usted debe de saber para considerar si quiere seguir leyendo esta carta o simplemente la piensa tirar junto a las otras que ya le han llegado por cualquier otra razón. 
Me imagino la cantidad de personas que llegan a escribirle, quizá no con buenas intenciones pero no quitan el hecho de que han sido varias. 
Mi motivo no es algo extraordinario, es más, creo que cualquiera que lea esta carta dirá que es sólo un problema más del montón. Pero para mí, este problema está acabando con mi mundo... Nuestro mundo, el mío, el de mi familia y el de mi ciudad. 
Déjeme presentarme, me llamo Jessica Concepción Luna Pérez, he sido una de esos estudiantes que han sobresalido siempre a lo largo de sus años de estudio. Siempre ganando uno de los tres primeros lugares de aprovechamiento, obteniendo reconocimientos en diversas áreas y también soy de esos estudiantes que viajan de vez en cuando por concursos para izar en alto el nombre de una escuela. 
Algunas veces me discriminaban en las escuelas públicas porque mi padre no trabajaba en PEMEX. Si, era en esos días en donde PEMEX significaba algo muy importante para nuestra ciudad, en donde le daba grandes cantidades de dinero a cualquiera que trabajara para ellos. 
Nunca me afectó. A pesar de que me excluían en concursos de conocimiento de gran importancia o programas de beneficencia, nunca fue un problema para mi familia seguir adelante y levantar la cabeza.  
Nunca fuimos risos, pero tampoco vivíamos mal. Mi padre hizo todo lo posible para mantenernos a mi hermana y a mí. Es un trabajador independiente y honesto que ha ayudado de muchas maneras, desde hacer que una comunidad entera levantara la voz (prueba) hasta acoger a animales de la calle y darles un hogar. 
Ahora... Ese hombre fuerte que estuvo soportando por años las críticas de las personas (por se padre soltero) y luchando por ver a sus hijas con sus papeles de graduación en mano, está ahora sentado en un sillón llorando porque ya no le queda dinero para darnos de comer, después de tantos años que vivíamos bien. 
En la casa no tenemos vicios, no patrocinamos fiestas y tampoco salimos mucho, y aún así estamos sufriendo por el gran enigma de nuestro presente: comer o no comer.
Mi casa, bueno, la casa que rentamos, ahora se siente apagada y vacía. Han ido desapareciendo algunos objetos gracias a nuestras necesidades. 
Nuestras mascotas, que son muchas, sufren con nosotros porque ya no podemos darles lo que antes tenían. Ya no comen al igual que nosotros y ahora está en juego su estancia también. Es preferible que estén en un hogar en donde si los puedan atender que con una familia que también se muere de hambre.
¿Cómo es que todo cambió tan drasticamente? 
Sólo recuerdo una noticia en la televisión sobre una nueva reforma, sobre muertes en Ayotzinapa, maestros en huelga, escuelas en decadencia y luego... Nada. Llegué de la universidad un día y me di cuenta que el televisor ya no estaba prendido, y al preguntar, la respuesta fue: "No tuve dinero para pagar el cable".  



 Desde ahí todo se vino abajo. Ya no tuve necesidad de saber lo que pasaba en mi ciudad por medio de un comentarista, lo estaba viviendo. Días en los que tuve que faltar a mis clases de teatro porque no tenía dinero ni para el camión de ida, veces en las que tuve que pedir prestado dinero para poder comprar un desodorante o días en los que buscaba trabajo desesperadamente por tener algún ingreso extra y lo que obtenía era: "Te falta experiencia". Aún si conseguía un trabajo sencillo, chocaba mucho con mis horarios de clases, debía dejar de estudiar para poder obtener dinero.
Fue como así como la realidad me golpeó.
En la escuela nos decían mucho de estos casos, de jóvenes que tuvieron que abandonar todo por dinero. Para mí era como escuchar un cuento en la radio o una noticia en la televisión, sólo era eso, un dato; nunca pensé en que sería posible vivirlo.
¿Yo? ¿Abandonando la escuela? ¡Imposible!
En la escuela me elogiaban por ser la alumna más lista, la alumna con más posibilidades de triunfar, aquella que tenía muchas habilidades. Las madres de mis amigos cercanos siempre comentaban que sería una gran escritora, que mis historias se conocerían por todo el mundo.
"La niña perfecta".
Eso era yo.
La joven  de 17 años que le ganó a toda la comunidad universitaria en el concurso "Brigido Redondo 2014" en la categoría de teatro.

Algunos creían que iba a poder publicar un libro antes de terminar la preparatoria. Otro me veían en obras de teatro o eventos en donde era la conductora. Parecía que iba por el camino del éxito. Pero eran sólo pasatiempos, aquellos que, a pesar de hacerme gastar dinero, me formaban como persona. 
Sin embargo, con todo lo que ha estado pasando, eso ya no importa. 
Me duele cada vez que le digo a mi padre que me voy a la universidad o a una de mis clases de teatro, porque eso significa pedir dinero para los camiones de ida y regreso. Y aunque no lo parezca, le estoy arrancando el alma, le quito la mitad de lo que ganó en el día para que yo pueda salir. 
No lo aguanto, me siento tan inútil. Cada vez que abro mi cartera es como si la sangre de mi propio padre se estuviera escurriendo de ahí. 
¿Tendríamos para comer hoy?
Tengo hambre y también tengo sueño. 
No puedo conciliar el sueño porque siempre estoy pensando en el mañana. Pienso en la posibilidad de conseguir un trabajo sin que perjudique mi educación o si por una maravillosa coincidencia, una editorial me dé una respuesta al fin sobre mis trabajos enviados.  
Hace poco me ilusioné mucho porque pensé que ganaría un concurso literario que me daría el dinero para poder ayudar a mi familia. Pero no... Perdí. 
Gracias a que no tenemos fondos ni para comprar agua, nos vemos en la necesidad de mudarnos a otra ciudad, abandonar mis estudios, dejar muchas de nuestras pertenencias para pagar nuestras deudas, quizá poner en adopción a nuestras mascotas y... rogar porque estamos tomando una buena decisión. 
Señor presidente, no sé si esto le interesa, pero me siento muy mal. ¿Acaso no soy lo suficientemente inteligente para salir adelante? Fue así como me lo prometieron en la escuela, si sacaba buenas calificaciones iba  a poder lograr lo que fuera, si seguía mis sueños... 
Ahora no podre hacerlo. Quién sabe hasta cuando mi padre y yo podamos conseguir el dinero para mandar a mi hermana a la preparatoria otra vez. ¿Cuándo es que podré volver a la Universidad? ¿Cuándo podré volver a soñar de nuevo? 
Quisiera que las cosas mejoraran, que mi familia volviera a tener la oportunidad de ayudar a otros, de volver a tener un vida digna. 
Pero tengo hambre, y no puedo pensar con claridad. Me duele la garganta de tanto gritar, de pedir ayuda. 
¿Sabe qué es lo que más lamento? Que usted no le importará esta carta, porque al igual que los demás, hay muchos otros jóvenes que han sufrido antes que yo por lo mismo. Jóvenes prodigios que están cayendo porque ya no pueden seguir sosteniéndose. 
Sufrimos porque vemos a los que queremos, caer. Mientras nosotros lloramos por nuestros sueños. 
¿Cómo espera ver a México progresar, cuando la base del mismo se está desmoronando? 
Tengo hambre, señor presidente.
Y lamentablemente, mis cuentos, novelas, obras de teatro y poemas... no dan más que sólo suspiros.
No hago esto con la intención de pedir ayuda, sé que no me la va a dar, simplemente quiero que piense en que mi caso no es el único y que si no hace algo pronto por su país, más de nosotros estaremos en el suelo (Más de los que ya nos encontramos ahí).


Se despide, sin expectativas, una exalumna de excelencia,  Jessica Luna.


 
Antes de...

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