Andrew Tyren (T.M.A.) (2)

  Era una historia difícil de olvidar. Esmeralda fue un ejemplo a seguir, y una figura que me dijo que no estaba solo. 
  Si, yo también soy un Ornáculus, sólo que a diferencia de la princesa yo no tuve un color en específico. Mis ojos cambian conforme a mis expresiones o a mi estado de ánimo (eso es lo que quiero creer). Mis padres, al igual que yo, oyeron la historia de la princesa y por esa razón mantuvieron en secreto lo que en verdad soy. Recuerdo que mi madre siempre me decía que no debía de sostener mucho tiempo mi mirada con una persona, y que tratara de aislarme un poco de los demás. Casi no salía de casa, pero había días en el que desobedecía esas reglas.
      No iba a alguna casa, ni tampoco iba al centro de la villa, sino que me escapada a aquella pradera de la historia, en donde me sentaba a hablar horas y horas en frente del altar de la princesa.
      Era un lugar hermoso, ahí las rosas eran, en su mayoría, de color blanco y rosa, ahí casi no habían rojas, raras veces lograba encontrar una así. El altar siempre estaba adornado por rosas de color amarillo, y sus raíces hacían que las piedras que la conformaban se vieran aún más hermosas.
      Precisamente fue en ese lugar en donde siempre me dirigía.
     Era una madrugada como cualquiera, lo recuerdo; yo estaba acostado entre las rosas, esperando a que el sol saliera, quería admirar todo el fulgor que me brindarían sus cálidos rayos primaverales.  A penas tenía siete años, y por esa razón siempre me regañaban al regresar a casa, aunque en nuestro mundo no sucedían tragedias como en el otro mundo, mi madre se preocupaba demasiado. A los pocos días me había dejado de regañar y sólo me preguntaba de cómo me había ido, y que era lo que hice.
      Respiraba todo el aire que me cupiera en los pulmones, cerrando los ojos en largos periodos de tiempo, imaginando muchas cosas que mi mente infantil pudiera ver, y soñando que era lo que me esperaba en un futuro. Claro que en ese tiempo yo pensaba en poder conocer el otro mundo, o en poder entrar a la gran mansión de los Hatchkings. La curiosidad era mi mejor amiga en ese entonces.  
     Pero algo que no previne fue que ese mismo día, toda mi vida se vería modificada y mis expectativas de las personas en mí alrededor fueron cambiadas. Algo interrumpió mis momentos de serenidad, y lo que fue habían sido algunos ruidos que se estaban produciendo en los arbustos que estaban a un costado mío. Era como si alguien o algo estuviera corriendo sin rumbo entre aquel bosque que se encontraba a unos centímetros de la pradera. Me levante despacio del pasto, mirando con intriga aquellos arbustos que se movían. Me acerque más y más, queriendo ver que era lo que ocultaban aquellas ramas, en esos breves segundos mi corazón empezó a latir tan rápido como no me hubiera imaginado, pareciera como si supiera que era lo que iba a pasar. Lo raro era que no sentí que me fuese a ocurrir algo malo, sino todo lo contrario. Empecé a percibir el ligero aroma a zarzamoras y a galletas de chocolate, era muy raro, y fue ahí donde empecé a sospechar. Un centímetro más cerca de esos arbustos, y ellos dejaron de moverse. Me sorprendí ante ese cambio y empecé a mirar desesperadamente hacia los adentros del bosque tratando de encontrar…. Lo que sea. De repente escuche otro sonido muy diferente al de antes, eran llantos.

   << ¿De quién?>> Me pregunté.
    Me adentré aún más en los arbustos, dejando a atrás aquellos pensamientos que me decían que tenía que regresar, haciéndole caso a mis instintos infantiles. Descubrir quien el que se escondía detrás de aquellas hojas y espinas. Ya que uno tenía que tener cuidado, las rosas si eran bonitas pero también traían espinas, cualquier movimiento brusco entre aquella pradera era totalmente imprudente.
    Lo que me encontré fue tan sorprendente como inesperado, era una niña… quizás de mi misma edad en ese entonces, nunca pude saberlo, ella tenía un vestido color verde limón puesto, sus bordados eran algo inusuales para mí, ya que en ellos se podía ver la imagen de unos caballos galopando en las orillas (normalmente las niñas que veía en la villa siempre usaban vestidos de tela lisa, no les gustaba ponerles ningún bordado), sus pies estaban descalzos y en ellos se veían unas pequeñas heridas, me imaginaba que era por las espinas de las rosas, y su cabello era largo y sedoso, negro como la noche y tan radiante como las estrellas. Ella estaba tirada en la tierra, tapándose los ojos con sus manos, su piel parecía tan tercia y tan suave, sólo el color de su sangre era lo que arruinaba tan magnífica obra de arte. Las lágrimas no dejaban de emanar de sus ojos, parecía perdida.
      Ey… ¿Estas perdida?le pregunté ingenuamente.
      Empecé a sentirme algo nervioso, ya que nunca había estado frente a una niña en ese tiempo, y nunca me había atrevido a hablarle a una. Y hasta el día de hoy ella ha sido la única a la cual he hablado.
    Ella tardó unos segundos en hacer caso a mis palabras. Trató de dejar de gemir, mientras se quitaba poco a poco las manos de sus ojos, los mantuvo entrecerrados por un momento y luego empezó a abrirlos dejando ver el color que se escondía en ellos. Al principio no pude creerlo, pensé que me estaban jugando una broma muy pesada, pero no, me fije aún más en ellos y pude estar seguro que lo que estaba viendo era totalmente real así como lo era ella. Violeta, ese era el color de sus ojos. El sueño de encontrar a otro Ornáculus se había hecho realidad, ella estaba ahí.
     Estaba tan lleno de alegría.
     Tú… ¿Quién…e-eres? me preguntó aun con lágrimas en los ojos.
     Me llamo Andrew. contesté inmediatamente.
     Ella se siguió tallando sus ojos. Sigo creyendo que ella lo hacía para que no la viera llorar aún más. Al ver que ya no me decía nada más y que sólo miraba a sus piernas llenas de heridas, pensé que ya era el momento de ayudarla a levantarse. Di unos pasos hacia ella, agachándome a su altura, mientras posaba mi mirada en sus heridas. Seguía recordando las advertencias de mi madre en esos momentos.
     Déjame ayudarte. dije
    ¿Q-Que ha-harás?
    Aún tenía ese nudo en la garganta que te queda después de llorar, pero pude entender lo que me decía.
     Según en las creencias de los Ornáculus, se decía que ellos podían curarse con gran rapidez, yo aún no poseía los poderes en ese tiempo, solo tenía los ojos, pero en mi había una pequeña corazonada de que ella era diferente. Por eso me quedé unos segundos en esa posición, sin contestar a su pregunta anterior. Pero no pasaba absolutamente nada. Mis ojos se llenaron de decepción, sin embargo mi idea de que ella  era diferente seguía en pie. Por otra parte, ella parecía no saber nada de lo que hacía (claro, si yo no le había contestado a su pregunta y era obvio que ella no era de esos alrededores) mostraba una expresión de confusión al verme así. Ahora aquellas expresiones que recuerdo de ella son los más tiernos rasgos que no puedo creer que haya olvidado. Yo solo era un niño, quería saber mucho de ella, pero de entre tantas cosas que quería preguntar se me olvido algo muy importante.

     A los pocos segundos la ayude a levantarse, al ofrecerle mi mano, ella empezaba a tenerme confianza al paso del tiempo, y yo a ella. Hicimos lo que dos niños de nuestra edad hacían mejor: Jugar y reír. Para mí era algo raro que ella me enseñara algunos juegos que no conocía, y vaya que conocía muchos, porque me los pasaba estudiándolos al ver a los demás niños de la villa. Ella no se quejaba de sus heridas, decía que ya no le dolía. Mucho de nuestro tiempo juntos hablamos de cómo era nuestras casas y como era nuestra familia. Me contó de una casa de concreto al aire libre que se encontraba a las afueras de un lugar que le llamaba “Ciudad” y que el único familiar que tenía era a su padre quien era un doctor. Muchas de las palabras que me decía no las conocía, y ella tenía que explicarme el significado de cada una de ellas. Era divertido, y ella también se divertía.
      Al final no toqué el tema de sus ojos, porque pensé que se molestaría si le mencionaba algo de eso, ya que yo sabía muy bien que era sentirse diferente, aquella sensación de que te mencionen ese horrible nombre para identificarse entre los demás en vez de tu verdadero nombre. Algunas veces mi padre me llegaba a llamar así, en vez de “Andrew”.
   Y eso fue algo que le conté a ella.  En mi familia siempre había discusiones, mi madre y mi padre me querían mucho pero sabía que por dentro ellos me tenían miedo… a mí, y a lo que podría hacer el día en que mis poderes llegasen a surgir.  Omití por completo la parte en que yo también era un Ornáculus, a ella. Quería que nos sintiéramos como unas personas normales, sin la necesidad de decir que era lo que nos hacían para ocultarnos de la sociedad, que cosas no prohibían o que era lo que sentíamos al ser vistos como fenómenos. Fue el mejor día de mi vida, al fin había hecho contacto con alguien más que no fuera mi familia, y su forma de hablar era tan gentil, a pesar de que tenía esa edad, era muy cariñosa.
     Estábamos acostados cerca del altar de la princesa Esmeralda, admirando la llegada del atardecer. El tiempo se me había ido como agua entre las manos, ya casi se estaba ocultando el sol y yo sentía que había sido sólo unos minutos que la había encontrado entre los arbustos. Ella ya estaba muy agotada, sus ojitos ya empezaban a cerrarse de poco a poco, estaba acurrucada a un lado mío, como una hermana pequeña. Yo también estaba algo cansado, no habíamos dejado de correr durante horas, y el viento que estaba pasando en esos momentos era tan arrullador que era imposible no dejar caer los parpados por un rato. El sol no estaba tan fuerte en esos momentos, pues varias nubes lo estaban pasando, como grandes rebaños de ovejas surcando los cielos.
     Nos quedamos dormidos, sin decir una palabra más. Quedando sólo con el hecho de que nos conocimos y que ese momento fijaría el destino de una gran amistad.
     La cual duró poco…
     Cuando por fin pude abrir mis ojos, me había dado cuenta de que ella ya no estaba a mi lado, y que ya el día desapareció, dejando a la noche gobernar en los cielos. La luna resplandecía de una manera tan hermosa y las estrellas brillaban de una manera tan… tan… No, no me había puesto a admirar lo que estaba sobre mí. Recuerdo muy bien la desesperación que sentí al no encontrarla, no me importó si ya era de noche, yo seguía buscando entre la pradera y en el bosque, queriendo que ella me diera una señal de que aún estaba por los alrededores.
       El día fue tan dulce y la noche tan amarga.
      ¿Cómo fue que dejé de seguir su rastro? Mis padres me estaban buscando y me encontraron en medio del bosque gritando como un loco, llorando de desesperación, quería encontrarla. Me llevaron a casa, ya exhausto y con sueño. Y si la amargura que corría en mí no era suficiente, pues entonces mis sueños se habían puesto de acuerdo para atormentarme aún más.  Soñaba con una criatura de gran tamaño, con cola de escorpión y ojos de serpiente, de aliento penetrante y putrefacto, de dientes de tiburón y una sonrisa que llegaba literalmente de oreja a oreja, su rostro era humano pero su cuerpo era de un león. Era  espeluznante, pero lo que me hizo despertar de esa pesadilla fue la imagen de ver que esa criatura pretendía acercarse a la niña que conocí en la pradera.
    Lo que estaba viviendo se parecía más y más a la historia de la difunta princesa. Eso no era bueno. Cuando abrí mis ojos nuevamente vi que todos los objetos de mi habitación estaban levitando sin razón. Ya estaba comenzando, y a temprana edad. Yo había imaginado que eso me sucedería cuando tuviera los dieciocho años, pero tal parece que con cada Ornáculus es diferente. No le dije nada a mi madre ni a mi padre. No quería preocuparlos.
    Pero aún mantenía en mi cabeza a aquella niña, quería volver a verla, estaba preocupado. Al día siguiente volví al mismo lugar donde la había encontrado, nuevamente me escape de mi casa para poder hacerlo. Y aunque ellos se habían quedado en la puerta para evitar que saliera, con mis nuevos poderes había hecho lo posible para quitar el seguro de mi ventana. Doy gracias a que no era tan malo dominándolos (porque no eran gran cosa todavía).
     Espere… y espere…
    ¡Andrew!
   Escuché a alguien gritar mi nombre desde una distancia algo lejana, y lo que había visto era a la misma niña, ahora sentada cerca del altar, esperándome.

   No era de sorprenderse que los días que restaron fueran iguales. Nos encontrábamos a la misma hora en el mismo lugar, para seguir jugando y hablando sobre lo que hacíamos. Al principio no había pasado por mi cabeza, pero conforme ella me contaba sobre su hogar, empezaba a creer que ella era del mundo de los mortales, aquel del que nos hablaban y nos decían que era imposible llegar, por eso ya no se me hacía raro el ya no verla después de que ella cerrara los ojos para dormir. Y lo más gracioso, que me hacía sonreír todas las madrugadas, era el verla con los vestidos más vistosos y de bordados espectaculares, pero lo que nunca cambiaba era la manía de dejarse el cabello suelto sin peinar.  Siempre se me olvidaba preguntar por su nombre, ya que nunca me lo había dicho, pero los grandes momentos que compartió conmigo eran tan amenos que dejaba que mi mente anduviera libre entre sus palabras. Pero las buenas cosas también traían malas, todas las noches tenía la misma pesadilla, y cada vez esa bestia se acercaba más a ella, y yo no era capaz de detenerlo. 

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