Andrew Tyren (T.M.A.) (4)

Con aquella llama hice que saliera de mí gran parte de lo que podía lograr hacer y mucho más, pero era muy pequeño para darme cuenta que todas estaban conectadas, y que aquella cuerda que sostenía a mi padre se iba apretando aún más si cortaba alguna otra. Se contraía. Cuando me di cuenta ya era demasiado tarde, lo que hizo que parara era ver la cabeza de mi padre rodar por el piso y su cuerpo reposando sobre la silla, con un gran charco de sangre rodeándolo. Lo único que logré escuchar fue el golpe que le dio al piso en el momento que su cabeza cayó. 
     Mi ceguera fue tan grande que no me di cuenta que había quemado la casa de mi infancia en unos segundos. Yo quemé las sogas y las sogas quemaron cada objeto que se encontraba en su camino. Todas las puntas de plata dejaron de rodearme, tatuándome unas heridas profundas debajo de mi hombro derecho y por la pierna izquierda, eso sin contar las cortadas en mi piel.
     <<Yo hice esto… a mi propio padre… mi familia…Si yo me hubiera ido antes de aquí esto no hubiera pasado. >> Eso era lo que pensaba, pero ahora entiendo que aunque yo me hubiera ido, esa persona los hubiera matado. Lo comprendí cuando pude asimilar su adicción al ver la sangre derramada en sus pies; por eso siempre andaba descalzo.
     Su risa volvió a escucharse, ahora justo detrás de mi. Se había quedado ahí mirando como  todo buen espectador. Me estaba aplaudiendo.
     —Lo ves, te lo dije. ¡Puedes hacer cosas maravillosas! —dijo mientras seguía riéndose.
   Yo no podía aguantar más el estar parado ahí, teniendo en mis manos la sensación de haber matado a mi propia familia. En mi mente está grabado el rostro de mi padre, aquel que con desesperación trataba de avisarme de algo, pero yo no le hice caso, sólo quería seguir cortando todo lo que estaba a mi paso para liberarlo. Fui engañado.
    — ¡Vamos! — puso su mano en mi hombro, como parte de una felicitación. — No te sientas mal, ellos no valoraban lo que eras en verdad. He hiciste lo que te había prometido, soy un hombre de palabra. Te dije que ellos se irían en paz y que tú serías quien los liberarías, y eso hiciste. Ellos son libres ahora en otro lugar que totalmente desconozco. Y ahora solo te queda acompañarme y luego….  

     Era muy hablador y eso me fastidiaba, él hizo que yo mismo matara a mi familia y eso me enfurecía, él… ¡él era quien merecía morir! La ira me consumía por dentro, me repugnaba el sólo hecho de que me estuviera tocando el hombro con aquellas manos de aspecto pútrido, sin vida. Quien sabía cuántas personas fueron torturas por aquel hombre, pero ese día me había hecho hacer su trabajo sucio. Mi hombro empezó a envolverse en llamas, quemando instantáneamente la mano de aquel hombre con mucha intensidad, y en un abrir y cerrar de ojos,  en todo mi cuerpo empezó a aparecer aquellas llamas sin color. Podía ver el reflejo de mis ojos en el espejo de mi habitación, eran de color rojo, el color que me habían obligado a ver de una manera tan repulsiva y tétrica. 
     El hombre sonrió nuevamente, el dolor no le importaba, se alejó unos cuantos pasos más, y se atrevió a desafiarme.
    — ¿¡Qué esperas hombrecito?! ¡Ataca!
    Me sobraban palabras, e hice que mi ira fuera quien contestara ese desafío. Inunde mi casa de todos aquellos destellos de furia, acabando con todo a su paso, y también haciendo desaparecer los cadáveres de mis padres.
     No recuerdo como fue, o que logre ver, pero cuando pude recuperar la conciencia de todo lo sucedido, me di cuenta de que me encontraba en las afueras de mi casa, observando cómo se incendiaba lentamente. El hombre de risa espeluznante había desaparecido, no lo mate como me lo propuse. Lo único que recuerdo haber visto de él, era una de sus lanzas de plata, derritiéndose entre el calor de mis llamas.
          Lo que pasó después se ha vuelto tan nubloso como mis sentimientos de culpa e ira, muy vagamente recuerdo el rostro de la niña que había conocido en la pradera. Después de ese día me dispuse a encontrarla de nuevo, pero ella huyó de mí, la última vez que hable con ella fue cuando me dijo: No te conozco, no deberías de estar conmigo… aléjate de mí, yo… no quiero volverte a ver…
       Sé que después de varios sucesos trágicos en mi vida, al final fui capturado por aquellos que buscaban a los Ornáculus, pero mi memoria fue borrada para no dar información a aquellos que buscaban justicia a sus fechorías.  A los pocos años fui encontrado en una villa que se estaba empezando a establecer en el país, me habían encontrado los guardias de la mansión Hatchkings con la sangre de todos los aldeanos de la villa en mis manos, no encontraron a nadie vivo. Pero ni yo se si fui aquel que acabo con todas esas vidas, por eso es que no puse ninguna resistencia. Y el motivo por el cual aun quiero vivir es porque la quiero encontrar, así es… aun quiero encontrar a aquella niña, que por cierto también debió de haber crecido tanto como yo. Sólo quiero verla otra vez, ella fue la razón por la que me mantuve de pie después de varios años bajo los deseos de las tinieblas.
    Y heme aquí, encadenado, sediento y agotado, y con tan solo dieciséis años de edad.  Me condenaron a ver el lado oscuro de nuestro mundo. Solo, en este cuarto…
   Empecé a escuchar que los guardias se estaban acercando a mi celda. Ya era hora. Y me dio el tiempo suficiente para recordar todo eso.
   Abrieron la puerta.
   Lo primero que hicieron fue quitarme la banda de los ojos e inmediatamente ponerme una nueva, y otra vez mi nariz se fue irritando, y aunque ya se estaba acostumbrando a ese olor mí estomago aun no, siempre me daban ganas de vomitar cada vez que lo percibía.
    — ¡Bájenlo!

        Me quitaron las cadenas al mismo tiempo, dejándome abrazar el suelo con cierta violencia. No pude evitar escupir un poco de sangre, me había partido el labio con ese  golpe, ellos ya estaban bastantes frágiles. Sin cuidado los guardias me agarraron por los hombros, llevándome a rastras a la habitación de la caldera.  Y para que explicar el recorrido, todo lo que tengo que decir es que las burlas y despechos de los guardias se volvían más violentas cada día.
      Cuando llegamos a la sala, hicieron lo que hacían mejor, colgarme en esa habitación nuevamente, sin esperar a que mis brazos descansaran un rato, podía sentir como unas heridas se me habían abierto por debajo de los hombros. Como siempre, me descubrieron la espalda y encendieron la caldera.  Otra vez, miles de azotes por parte de los guardias me hacían gritar  gemir de dolor, y los aires de la caldera que me quemaban toda espalda. Mis dedos parecían sangrar por dentro de los cilindros que los apresaban y mi garganta parecía ya no poder más.  Me pregunto si la princesa Esmeralda sufrió alguna cosa similar a lo que yo estoy sintiendo ahora.  El olor de putrefacción y de azufre azotaba mi nariz haciéndola sangrar… Ya no, ya no podía más. Quizás por eso mi mente me dejó recordar todo eso, porque hoy era el día en el que moriría.
        Segundos, minutos y luego horas, se volvieron tan extensas que solo me faltaba esperar con ansias a mi amiga la muerte para que viniera por mí.
         El desenlace del chico de mil penas.
         — ¡Bájenlo!— oí decir al comandante de todos los guardias de la cárcel.
      El hombre encargado de las cadenas, estaba a unos centímetros de la puerta y a su vez de la palanca. Pude oír que caminó sin prisa hacia ella y, con tosquedad, la bajó, haciendo que cayera al frío suelo, produciendo un gran estruendo que se escuchaba por casi todo el lugar, mis gritos y quejas al tener que soportar el dolor de todo el cuerpo moviéndose con violencia, me hicieron sentir tan frágil que por un momento pensé que mi piel se desprendería de mis huesos en esos instantes, ya que los recipientes de nitrógeno cayeron junto conmigo, haciendo que mis manos y pies se movieran de tal manera que hicieran que en la piel se abrieran ciertas quemaduras. Mis rodillas recibieron la mayoría del impacto al igual que todo el costado derecho de mi cuerpo. El sonido de las cadenas al deslizarse con libertad no fue lo suficiente para anticipar aquellos golpes. Todos los guardias emitieron unas pequeñas risas, podía imaginar como dibujaban en sus rostros arcos de crueldad y satisfacción. Un guardia se acercó a mi agonizante ser que no dejaba de retorcerse del gran suplicio. Sin aviso, me dio una patada por el hombro.
         —Tienes suerte de que al menos se acuerden de ti. —me dijo. — Hay unas personas que vinieron a verte y espero que te comportes como tal… ¿Te ha quedado claro?
    << ¿Unas personas? ¿Quiénes? Debo suponer que deben de ser las que me condenaron a este lugar…>>
     Dejé de jadear, y empecé a dejar que mi desprecio hacia esas personas se apoderara de mí, ni en cuadros quería ver sus rostros.

     Me quitaron la banda, de una manera tan inesperada que tuve que tomarme unos segundos para poder acostumbrarme a la luz y a los olores del lugar. Para mi sorpresa, no era nadie del consejo sino era una mujer de cuarenta o cuarentaicinco años parada frente a mí, y un chico de quizás un año menor que yo, pero que tenía una gran altura que pasaba por desapercibido su edad.  Sin dejar que me levantara, empezó a hablar aquella mujer.
      —Creo que el tiempo no es  suficiente como para que me quede a darte una clara introducción del porque estamos aquí, así que tratare de ser lo más breve posible. —hizo una pequeña pausa, dejando que sus ojos quedaran en  silencio por unos segundos. — Mi nombre es Lizbeth Baltimore, y mi acompañante es mi fiel consejero Adrián, y venimos aquí para ofrecerte una propuesta. Mi hija, quien ha estado desaparecida desde hace quince años desde el día de su nacimiento, al fin la hemos encontrado en el mundo de los mortales. Por alguna razón mi difunto esposo no pudo encontrar ni un solo rastro de ella en la tierra, como si no hubiera existido, pero hace unas horas pudimos tener contacto. Creemos que ella está dentro de un área en donde nuestro espejistas no pueden contactarla, o al menos mostrarnos una imagen de ella. Es un Ornáculus… igual que tú, así que sabrás la importancia que es para mí que ella regrese a casa, y así podré…
     — ¿Podrás hacerle lo mismo que me han estado haciendo todos estos años?— la interrumpí.
    << ¡Por favor! Ahora me vienen con esta tontería, algo que he aprendido es que sin importar en donde estemos los Ornáculus, siempre seremos usados para fines egoístas. ¿Y a mi que me importa si su hija esta en el otro mundo? Ahí estaba mejor, porque aquí solo atraería a carne viva a aquellas personas encapuchadas. >>
     Así que dejé  exponer todo lo que pensaba al respecto acerca de su absurda petición.
     — ¿Cómo sabes que ella es tu hija? ¿Crees que para mí es un placer saber que soy una de esas cosas? —bufe. — Puedo asegurarte que cuando alguien le diga que es de este mundo se sentirá como alguien “normal” pero no va a ser así… Aunque usted la traiga de regreso no podrá quitar el hecho de que será perseguida por aquellos que buscan su poder.
      Ella sabía de que hablaba, y como era de la alta sociedad estaba más que informada de eso, después de todo necesitaba estos conocimientos para salvar su propio pellejo. Su cara se inundó de desespero, al parecer si necesitaba con urgencia mi ayuda. Y ahora logro comprender porque, yo también soy un Ornáculus, y por lo que se, si una persona común de este mundo trataba de cruzar al mundo de los mortales pues entonces moriría inmediatamente, sin embargo, alguien como yo, no. Aquel que la escoltaba parecía haber quedado mudo ante esa pequeña discusión.
    La mujer volvió a hablar.
          —Eso es algo que ya se tiene previsto, y are todo lo que sea necesario para que mi hija esté a salvo. Yo sólo te pido que me ayudes a que vuelva a casa, y a cambio podré hacer que te liberen de este lugar… no importa cómo pero vas a tener mi palabra.
    Me empecé a reír, todo lo que me decía era lo que yo había esperado en años, pero después de haber pasado por muchos engaños, uno se acostumbra a sospechar.
        —Con todo respeto…—me contuve. —Yo no deseo la libertad como otro preso cualquiera que llega a este lugar… Yo prefiero algo que sé que está fuera de los alcances de otro ser en este mundo…porque nadie más ha podido encontrarla…
         —Y se podría saber ¿Qué es lo que quiere, para que me ayude a encontrar a mi hija? Haremos lo que sea pero debe ayudarnos…
        Reflexione: Ella era alguien de la alta sociedad, por lo tanto no iba a tener ninguna dificultad al encontrar a la persona que estoy buscando. Además no creo que sea tan difícil traer de regreso a una niña perdida, ellos ya tenían su ubicación, yo solo tenía que traerla de vuelta y ya, y la razón de la cual acudieron a mí, debo suponer, es porque soy él único que tiene las habilidades suficientes para sobrevivir al proceso de transferencia. Y para ser sinceros, en verdad creí morir hace pocos segundos. Si quiero encontrarla debo de estar afuera y no aquí adentro, aquí no resolvería nada, pero primero debo encontrar a la hija de esta duquesa. ¿Es una señal? Si es así, debo aprovecharla.
      —…Yo también estoy buscando a una persona… y es muy importante para mi encontrarla…
     Mi aspecto no era de confianza, lo se. Y sus caras lo decían todo, ellos cruzaron sus miradas, y tardaron unos segundos en contestar, pero al final accedieron. Al fin había conseguido lo que por tanto tiempo esperé.
    Se tardaron unas pocas horas en sacarme de ese lugar, ya que se tenia que hablar con unas personas para el permiso. Y en esas horas tuve algo en mi mente que me atormentaba, estaba imaginando el momento el cual me volvería encontrar con aquella niña, pero tampoco me puse a pensar si ella ya había sido capturada por quienes mataron a mi familia, o si aún la estaban buscando. Me sentía desesperado. Cuando la dama y su lacayo vinieron por mí, me dieron un collar, el cual a fuerzas tenía que usarlo. Como parte de un afianzamiento a mi retorno, ese collar contaba mis días, tenía aproximadamente un mes para encontrar a la chica y traerla viva. 
     Volví a ver, oler y sentir el gran espectáculo de la mañana, después de varios días en la oscuridad, disfrute todos los roces del viento, los aromas de las flores y lo colores que mi mundo tenía. Todo era tan hermoso, estaba ansioso por terminar esta misión encargada y poder probar a gusto el sabor de la libertad, tal y como me lo habían prometido.
     La alegría fue momentánea, después se convirtió en amargos dolores de cabeza. Curiosamente mi mente empezó a borrar todo lo que recordé dentro de la celda, pero mi mente se aferraba a recordar solo una cosa, a ella.
     Nos subimos al carruaje de la dama Lisbeth, no me dijeron a donde nos dirigíamos ya que se la pasaron hablando de lo que no debía hacer en el mundo de los mortales. Un espejista, aquel que tenia el poder de ver todo lo que sucedía en el otro mundo, nos estaba asesorando de todas las cosas que podían pasar durante la ceremonia de transferencia, él llevaría acabo todo el proceso, y con mi ayuda, claro.
       Peligros, peligros, apariencias… era lo único que decía aquel hombre de avanzada edad, empezaba a aburrirme.
      Después de unas largas horas de viaje habíamos llegado a aquel lugar donde se llevaría a cabo la ceremonia… me quedé sin aliento en el momento en el que mis ojos vieron aquel paisaje. Era la pradera de rosas, en donde ella y yo jugábamos de niños.
       Bajamos del carruaje, preparándonos. Los nervios estaban puestos en la dama Lizbeth, cuando debía de ser yo quien estuviera nervioso. No todo lo que relataban lograba ser cierto, que tal si yo llegaba con solo la mitad de mí.
      Nos dirigimos al altar de la princesa Esmeralda, aquel espejista hablador se puso detrás de ella, limpiando todas las hierbas y rosas que se encontraban a su alrededor. Le pidió a la dama y a su lacayo que se mantuvieran dos metros lejos del altar, y sólo yo me acercara y me pusiera en frente.  Mil movimientos de manos, él empezó a hacer, detrás de aquella piedra ancestral. Yo no sabía que esto se usaba para pasar al otro mundo, ahora sé de dónde salía ella, pero ¿Por qué en las madrugadas?...

       De entre la tierra empezó a salir un gran espejo del tamaño de una persona promedio, en forma circular. Tierra y pasto empezó a caer de él, así como rosas que se habían adherido a ese objeto de antigüedad. Me vi reflejado en aquel espejo,  lo que vi fue a un joven de piel clara, cabello alborotado y rizado ligeramente, oscuro, esbelto (eso gracias a estar todo el tiempo comiendo poco y soportando mucho), y con los labios delgados y frágiles que aún no se recuperaban de aquellas heridas hechas en la prisión, pero pronto desaparecerían, como siempre. Me desprecio a mi mismo, de la persona que me convertí y de lo que llegué a hacer con las personas que conocía. Algo más se empezó a reflejar en el espejo, y eran árboles, muchos árboles, pareciese que estuviese viajando por los aires viendo el paisaje y admirando los alrededores, pero ese lugar no se me hacia conocido. Apareció unos grandes edificios, que eran rodeados por una gran muralla de concreto, y en ese lugar estaban miles de personas, todas casi de mi edad otras un año mas o un año menos que yo, pero todos parecían estar sumergidos en una rutina aburrida y sin sentido. El espejo empezó a reflejar una casa que se encontraba apartada de todo ese panorama, parecía descuidada y algo vieja, pero igualmente elegante, casi se parecía a la mansión de los Hatchkings, sólo que con ocho o nueve habitaciones menos. Todo dejó de moverse, dejándome la imagen de la puerta de entrada de esa casa, algo estaba ahí que quería que viera. Pasaron unos segundos, y esa puerta se abrió, haciendo aparecer una chica delgada y de gran cabellera… la cual no me dejaba ver gran parte de su rostro, llevaba consigo una extraña bolsa con una forma tan peculiar, pero no desconocida, en este mundo también existían los violines, y por su forma supuse que ahí guardaba uno. Algunas partes de ella se me hacían algo conocidas, llevaba puesto la misma ropa que todas aquellas personas que estaban en ese lugar. Me intrigaba que era lo que escondía detrás de ese flequillo. De repente el espejo empezó a tornarse de color violeta y sin darme cuenta los reflejos me habían devorado por completo, estaba en un gran vacío. No había señales de la dama, su lacayo o el espejista, estaba totalmente solo en ese lugar de tinieblas.
    “Andrew…”
   Escuché mi nombre de parte de una voz algo conocida, pero no estaba seguro, no parecía ser la que yo pensaba, pero una pequeña parte me decía algo…
   “Andrew…”     
      Otra vez, y ahora una luz de ese color violeta apareció entre esa oscuridad. Trataba de guiarme a una salida. Sin miedo y sin dudar me dirigí hacia ella esperando a que todo esto fuera solo una prueba para poder pasar al mundo de los mortales. Por alguna razón empecé a sentirme en paz, otra vez sentí el aroma a zarzamoras y a galletas… después de tantos años.  

     “Andrew… Al fin has llegado, te estaba esperando.”

Comentarios

Entradas populares de este blog

Amor a distancia (Obra de teatro)

La chica de la ventana

El calendario (Poema)