En el laberinto de las rosas

  No sé qué hacer ahora. 
  Deslizo con lentitud mis dedos helados por el marco de metal. Esta ventana que siempre está abierta me hace recordar  momentos en los que muchas personas me susurraron al oído la humilde sugerencia de tirarme desde esta altura. No es que sea tan letal para matar a alguien (si es que sabes dónde caer), pero la altura es suficiente como para darte una idea del daño al que te puedes exponer. Una pierna, un brazo roto... Pero no creo que sean peores a un huracán de sentimientos estúpidos; ese duele mucho más que cualquier otra cosa. 
   No puedes escapar del huracán, y este siempre volverá cuando tu mente deje de pensar como tal, guiándose así de los sentimientos solamente. 
   Los condenados y malditos sentimientos...
   Intento no mirar más allá del pequeño panorama que siempre admiro todas las mañanas a través de esta ventana. El amanecer se asomaba entre las ramas de aquellos árboles que se erguían con orgullo en medio de esta cárcel de concreto. Los edificios empezaban a tomar color conforme los rayos del sol acariciaban la superficie porosa de ellos, mientras los estudiantes caminaban sonámbulos por los pasillos y las escaleras. Pude notar cómo algunos empezaban ya a reír a estas horas, mientras otros se limitaban a hablar con la mirada entre sus conversaciones animadas. 
   Si yo me tirara ahora mismo ¿Qué tanto impacto causaría a todas esas almas? 
   Clavé mis uñas en el metal, sólo para no tentar a mi cuerpo de hacerle caso a esa idea contaminada de tristeza. 
   Suspiré. 
   -¡Luna!-gritó una voz lejana que me hizo despertar una vez más.
   Esta ocasión no miré hacia arriba, sino hacia abajo. En donde todavía se podía sentir el vértigo, en donde un rostro conocido sonreía al notar que si era "Luna" la que se encontraba perdida en las alturas. Y era verdad, ella estaba conmigo. Sus ojos sin vida estaban clavados en la figura de aquel muchacho que no dejaba de mover el brazo frenéticamente. 
    -Sonríe. No seas antipática. -le dije de un latigazo. 
    Sin dirigirme la mirada, lo hizo. Salió como una pequeña sonrisa chueca de la que siempre hacía cada vez que ella no tenía muchas ganas de hablar, o al menos de devolver el saludo con uno de sus gritos grotescos. 
    Si ese muchacho no hubiera gritado su nombre era seguro que yo hubiera olvidado por completo que estaba acompañada. Luna no era de muchas palabras, de hecho esta mañana parecía un poco más triste que en otros días, y por esa misma razón estaba con ella. Porque esta vez me necesitaba a su lado, esta vez necesitaba que alguien le dijera qué hacer. Aunque, para ser sincera, ni yo sé exactamente cómo ayudarla. 
    -¿Estás ocupada? -preguntó él, mientras bajaba el brazo hasta la altura de su rostro para mirar mejor.
      Luna movió la cabeza de un lado a otro sin mucho ánimo. 
      -Entonces baja, vamos a desayunar.
      Yo ya sabía qué era lo que ella iba a contestar, estaba lista para poder formar en sus labios un "no". Pero no podía permitir que siguiera aquí. 
     La empujé hacia la pared, y me puse en su lugar, sonreí con mucho más animo y me di el lujo de dejar escapar una pequeña risita. 
      -¡Vaya! ¡Al fin alguien que le preocupa mi estómago! -volví a reír. -No tardo. 

     Él me devolvió nuevamente la alegría, y empezó a caminar al pie de las escaleras para esperar. 
     Satisfecha, aparté mi mirada de la ventana y clave mis ojos en Luna, quien ahora no parecía muy contenta. Si antes lucía como una muerta, en estos momentos se encontraba hecha una fiera. Su cabello estaba más alborotado, y sus labios no dejaban de retorcerse. No recuerdo haberla empujado tan fuerte como para hacerla sangrar por la nariz, pero ahí tenía el hilo carmín recorriendo su piel. Se separó de la pared, y caminó con pasos pesados hacia a mí. 
     -¡¿Qué demonios te sucede?!-me preguntó, al mismo tiempo que apretaba sus puños. 
     -¿Qué demonios te sucede a ti?-crucé los brazos y miré con más atención esos ojos marrones que parecían encenderse a cada segundo. -No puedes quedarte aquí para siempre, te hará bien platicar con alguien. 
      -Yo no quiero hablar, nadie entendería lo que me sucede.
      -¡Es sólo un desayuno, Luna! -exclamé de frustración. - ¡No te pongas tan dramática!
     Al escuchar mi última palabra, ella relajó el rostro, pero seguía manteniendo sus manos cerradas, listas para golpearme si era necesario (nunca se ha atrevido). Podía sentir el aire frío desde donde estaba, y no estábamos en un lugar con aire acondicionado. Las puertas de los salones que se encontraban aquí estaban cerradas, así que no podía darle base a esa sensación tan abrumante. 
       Apareció, en su rostro se encontraba ahora una sonrisa burlona. 
       -Tienes razón. Después de todo la dramática aquí eres tú. ¿No es así, Jessica? 
       -No me cambies el tema. 
      Sentí un escalofrío por la espalda, pero mi mayor temor era que fuera algo más que eso. Si desde hace tiempo estoy sintiendo frío, espero que esta arpía no siga aumentando aquello a lo que me ha castigado desde hace varios años.
       La miré con recelo, mientras ella se volvía a acomodar el cabello. 
      -No lo hago. El drama nunca me ha funcionado bien, es por eso que ahora todos me prefieren más a mí que a ti. Así que te sugiero que no te interpongas en mis decisiones, si es que no quieres desaparecer por completo. -señaló a mis manos. 
      A pesar de que la tentación me decía que las mirara, no podía. Ya sabía cómo estaban, no era necesario volver a recordar que mis dedos ya no podían sentir nada, que mi color estaba desapareciendo, y que ya había perdido dos dedos gracias al frío.  A ella le divertía este hecho, desde el momento en el que aclamaron su nombre y se olvidaron del mío, ella lo notó. Notó que cada vez que las personas admiraban más a una que a otra, se dieron a la tarea de matarme lentamente, pero yo sé que ellos no están al tanto de eso. 
    Me mordí el labio, con rencor. 
    Sé a lo que se refería. Lo sabía. Gracias a mis intentos por recobrar mi nombre, ella se llevó todo el crédito. Cuando todos señalan a la estudiante explosiva que grita y ríe a lo alto, la que escribe grandes reportes, historias y ensayos... Deberían de decir "Jessica", pero en vez de eso siempre han aclamado a "Luna". Así que sin importar qué tanto haga, todos la preferirán a ella; sin importar cuántas veces intente borrar a esa antipática y callada señorita, ella encontrará la manera de combinar los hechos y hacerlos olvidar.


     Luna se dio la vuelta y empezó a caminar por el pasillo de camino hacia las escaleras. 
     Sin más remedio, fui a la misma dirección. Tenía que alcanzarla, después de todo no puedo quedarme y dejar que vuelva a "no decir" algo. Pero antes de que pudiera llegar a su lado, ella me sorprendió golpeándome en la cara. El calor me llegó desde la boca hasta mi mejilla izquierda, sentí que mis dientes estaban temblando de miedo, y mi boca llenándose de ese sabor metálico que apenas estaba conociendo. 
    ¿Cómo pudo?
    Me recargué sobre el barandal del edificio, para evitar dejar mi dignidad en el suelo. Pero estaba tan aturdida que apenas pude hacerlo. Escupí en un costado la sangre acumulada, manchando el concreto de rojo. 
    ¿Desde cuándo se volvió tan fuerte?
    Miré en la misma dirección en donde se suponía que estaba ella, pero me sorprendí al ver que estaba a punto de bajar las escaleras. Al parecer su golpe no fue tan importante como para que saboreara el momento. Se detuvo justo en el primer peldaño, y me miró con desdén. 
    -Si no mal recuerdo, él gritó "Luna". No "Jessica". -bufó. - Es de mala educación invitarse sola a las citas. -desvió la mirada. - Pasa un buen día. 
     Y antes de que pudiera decir algo al respecto, escuché nuevamente el saludo cordial del muchacho, pero esta vez estaba más que consiente de que no era para mí. Nunca fue para mí.
       Sin hacer mucho caso a las miradas curiosas que salían eventualmente de sus salones hacia el borde de la barandal, me obligué a volver a la ventana. Sin embargo, las voces llegaron mucho más rápido que mis pies...
      -¿Por qué te tardaste tanto?
      -Estaba hablando con una amiga. 
      -Ah, bueno. La hubieras invitado, entre más personas mejor. 
      -No creo que aceptara, a ella le gusta encerrarse mucho en los libros. 
      -¿Cómo tú? 
      -Ja. Qué gracioso. Yo soy Luna, y Luna prefiere salir de los libros que vivir en ellos. 
   Cuando volví a ver mis manos, ya sólo me quedaban cinco dedos, y las cenizas de mis restos ahora se encontraban flotando en el aire, recordándome nuevamente que ya no tengo donde aferrarme en esta vida de recuerdos y anhelos andantes.
     Si, había olvidado que el frío también puede quemarme...


Continuará. 

J.Luna



                

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