Andrew Tyren (T.M.A.) (3)
Las horas se
habían convertido en días y los días en meses. Seis para ser exactos. Y durante
ese tiempo también lo aproveche para practicar un poco con mis nuevas
habilidades que se descubrían día con día, temía el lastimarla y esa era la
razón de pasar las noches encerrado en el cuarto, me sentía como su hermano
mayor.
Y como todos sabemos… No todo puede durar
para siempre. Aunque yo deseaba lo contrario.
Una mañana desperté por una discusión que
estaban teniendo mis padres; otra vez mi curiosidad me había ganado de nuevo,
haciendo que me acercara a la puerta de mi cuarto, acurrucándome en la madera
para escucharlos con más claridad. Estaban hablando de mí, hablaban sobre una
señora que me había visto, al parecer ya sabía de lo que era yo, decían que me
había seguido en una de mis escapadas en la madrugada, porque estaba preocupada
de que todos los días hacía lo mismo, y me había visto con una niña quien
aparecía siempre en la pradera, la cual acusaba de ser un Ornáculus. Estaban
discutiendo sobre qué hacer conmigo ahora, como si fuera un objeto el cual se
debía desechar, pero no querían abandonarme a mi suerte, sino que estaban
diciendo algo sobre llevarme con un tío de otro país, para que me ocultara. Mi
padre tocó el tema de aquella niña de la pradera, estaba diciendo que a pesar
de que la señora calló sobre nosotros, un guardia ya la había visto por los
alrededores, y que al parecer le causó un pequeño problema, y lo peor de todo
es que se dio cuenta del color de sus ojos: “Solo será cuestión de tiempo para
que la encuentren…” Eso fue lo que dijo mi padre.
El miedo se apoderó de mí por completo,
yo no quería irme de este país, ni mucho menos quería que le hicieran nada a
ella. Tenía que avisarle de inmediato, y pedirle que se fuera lo más lejos
posible de aquí, aunque me dolía imaginarlo, ella corría un gran peligro. Ahora
quería saber cómo fue que la princesa pudo derrotar a semejante ser, para poder
seguir su ejemplo y defenderla de cualquiera que se intentara acercarse para
dañarla. Ella aún no tenía sus poderes, pero yo sí, y si toda la práctica que
comencé por mi propia cuenta era útil pues entonces tendría que usarla.
No me había percatado de los pasos de
mis padres, ellos abrieron la puerta de mi cuarto de un sólo jalón, dejándome
sorprendido. Ellos buscaron con la mirada por toda la habitación alguna señal
de mí, y me encontraron a los pocos segundos. Acorralado en una esquina con una
mirada de furia y miedo combinados. Yo ya había escuchado todo, y ellos lo
sabían, al verme tan cerca de la puerta y tan lejos de ellos.
—Andrew… hijo, necesitamos hablar. —dijo con un tono de voz ahogado.
Yo no dije nada.
—Se trata sobre tus salidas en
la madrugada. —prosiguió mi padre. Firme y directo. —Sabemos de esa niña con la
que te encuentras y también sabemos que no somos nadie para prohibirte nada ya
que ustedes son casi iguales, son la misma cosa…
<< ¿“Son casi
iguales”, y luego “la misma cosa”? ¡¿La misma cosa?! >> Yo ya sabía a lo
que se refería pero el llamarnos “cosa” me hizo sentir por primera vez alguien
miserable. Y mientras su boca no dejaba de moverse, seguía expulsando palabras
que me hacían desear nunca haberlas escuchado.
—Pero llegó el momento
de hacer lo que tu madre y yo habíamos planeado desde hace tiempo. Teníamos
presente que algún día se sabría lo que eres, e hicimos un trato con un
familiar nuestro para que te ocultara mientras dejaran de buscarte. Lo cual
suena imposible, por lo que sabemos no se detienen hasta alcanzar a sus presas,
pero eso no sucederá contigo. Aprovecharemos “esto” para que desaparezcas
sin que nadie logre notar tu
ausencia. — concluyó.
La falta de tacto de mi
padre no había sido tan notoria como lo fue en ese momento. Mi madre se había
dado cuenta pero no dijo nada, ya que era lo que ambos pensaban. Ya era tarde para ir al encuentro con aquella
niña, ya que el sol ya estaba saliendo de entre las montañas, la madrugada se
había marchado y yo aún seguía encerrado en mi casa, tratando de buscar una
manera de salir y correr a buscarla.
<< ¡Corre
Andrew!>>
Sin pensarlo, hice lo que mis
pies querían hacer, correr. Pero fue en vano, porque apenas di unos pasos y mi
padre ya me había agarrado por los hombros, haciendo que me sentara en el
suelo, sintiendo sus dedos fríos y temblorosos. Aún estoy con esa pregunta en
mi mente ¿Ellos ya sabían que mis habilidades ya las tenía? Eso me explicaría
el miedo que podía sentir por sus venas. Mis sentidos empezaron a agudizarse en
ese momento, mis oídos estaban escuchando el paso de unas dos personas
dirigiéndose a nuestra casa, podía oler el desayuno, ya frío, sobre la leña,
pero lo que más podía sentir era “miedo”.
Como lo previne, se escucharon unos toques
a nuestra puerta y una voz grave ronca
que preguntaba por la familia Tyren. Mi padre le dijo a mi madre con la
mirada que abriera, ella le hizo caso. Él se dispuso a ocultarse conmigo detrás
de la puerta, viendo por un pequeño agujero de la misma, esperando a que esas
visitas se fueran. Pude escuchar los pensamientos de mi padre… otra de mis
habilidades.
<<Ya es muy tarde… ¡demonios! Debimos
ser más rápidos. De seguro son los guardias de la mansión Hatchkings o peor,
quizás sean aquellos hombres encapuchados buscándolo a él. No creo que sean tan directos como para venir
justo al pie de nuestra puerta… ¿o sí?>>
Él me ponía una de sus manos sobre mis
labios para que callara, mientras me sujetaba con el otro para evitar que
corriera de nuevo.
Mi madre se arregló un poco su viejo
vestido que traía puesto para poder abrir la puerta.
— ¡Ya voy! —contestó
Puedo recordar el crujir de la madera tan
claro en mi mente, ella ya estaba abriendo la puerta, pero al ver quienes
estaban afuera no quiso que estuviera totalmente abierta. No había podido
escuchar lo que le habían dicho a ella, pero si lo que ella les contestó de
inmediato.
—No está en casa, se fue con su
padre a pescar al lago, dijeron que vendrían en la tarde, como a la hora de la
comida. —dijo con una pequeña risita entre dientes.
De repente su voz se cortó
de una manera extraña, la risa falsa en ella se había detenido en seco, bajando
su mano bruscamente de la perilla. Mi corazón comenzaba a acelerarse mientras
escuchaba un ruido bastante nuevo para mí, como si fueran partiendo unos
troncos con sus propias manos o como si con un pedazo de acero fueran
desgarrando un objeto sólido. En pocos segundos pude ver con horror el origen
de ese sonido. Yo solo podía ver la espalda de mi madre, pero fue suficiente
para saber que estaba pasando. Su vestido empezó a teñirse de color rojo, aquel
color azul fue desapareciendo por el espeso y tétrico color, luego
empezaron caer gotas de sangre por
debajo de mi madre, como si fuera una lluvia color carmesí. Algo estaba
desgarrando a mi madre por dentro, por su espalda empezó a aparecer una punta
de plata afilada que salía como una serpiente descarada del cuerpo de mi madre.
Sangre, y más sangre… un
nudo en la garganta empezó a formarse en mí, queriendo llorar de rabia y de
tristeza, quería gritar su nombre pero mi padre no me lo permitía, quería
correr a su lado y saber que era lo que pasaba, pero su fuerte brazo era mucho
para mí. Cerré los ojos tratando de convencerme que lo que está a viendo era
sólo un producto de mi imaginación, y que podría ser una de las pesadillas que
siempre tenía en las noches. Pero algo me hizo reaccionar y darme cuenta de que
eso era real, empecé a sentir agua cayendo por mi hombro, en forma de gotas
incesantes; era mi padre quien también estaba llorando de rabia. Sus ojos,
jamás olvidaré esa mirada, él quería hacer lo mismo que yo, pero en su mente
solo corría el nombre de una persona a quien debía proteger, y era yo. Se
estaba repitiendo varias veces una promesa que le había hecho a mi madre antes
de que yo naciera, y era que me protegería sin importar como. Y el ver a mi
madre fallecer de una manera tan cruel lo hizo recordar ese breve momento.
—Mentirosa…
Se escuchó aquella voz grave
y ronca dentro de la casa. Era un hombre de gran altura y de aspecto opaco, que
parecía no agradarle mucho el día. Había acercado el cuerpo de mi madre a sus
labios para que la oyera, lo cual era imposible, ella ya no tenía vida. ¿Hablar
con un muerto? ¿Por qué no? Yo también lo hacia…
Aquella lanza de plata no
estaba sola, ya que una soga estaba amarrada a ella, haciéndola atravesar
completamente por el cadáver de mi madre. La lanza su dirigió rápidamente a la
parte mas alta del techo de la casa, quedando clavada finamente en la madera y
haciendo que la soga y mi madre quedaran colgados, dejando que la sangre se
esparciera por el suelo. Esa sola acción hizo que me llenara de rabia por
dentro, más de la que ya sentía. El
hombre caminó descalzo por la casa, mirando con calma lo que yacía dentro de la
casa de su víctima.
La soga que se encontraba
entrelazada con la lanza de plata provenía de la parte de atrás del hombre, al
parecer contenía una caja de madera que colgaba detrás de si mismo. Pero ¿Cómo
era que podía controlar aquella soga y aquella lanza sin un solo movimiento de
sus manos?, por lo que notaba al
ver sus ojos él no era un
Ornáculus, el color de sus ojos era… era… no, no tenía ningún color en sus
ojos.
— ¿¡Para qué ocultarse,
pequeño niño?! Se muy bien que estas aquí, lo vi en los ojos de tu madre. Era
muy claro. Es una lástima que todo haya sido en vano. —bufó, mientras se reía
dejando en mi mente grabado esa risa tan grave.
Mi padre temblaba de ira,
aunque mantenía sus palabras firmes, él tenía el deseo de acabar con ese hombre
que estaba parado en frente del cadáver de su esposa. No vi venir el momento el cual mi padre me
soltó inmediatamente y corrió al encuentro de esa vil persona. Pero yo fui tan
estúpido, cuando sentí que ya no estaba a mi lado grité las sencillas palabras:
“¡Padre!”
Él no volteó a verme, pero
aquel hombre sí. Después de ver a la pareja de su victima, una pequeña sonrisa
apareció en su rostro, como si viera a un nuevo juguete el cual podría
destrozar, pero al verme a mí parecía haber ganado el premio mayor de todos los
tiempos. Pude ver con claridad aquellos dientes amarillos que no eran de gran
agrado a la vista. Su pestilencia lastimaba mi nariz, pero eso no parecía
importarle a mi padre, él estaba totalmente cegado por la ira, sólo lo que veía
eran sus ojos. No era mutuo, ese hombre
de aspecto deteriorado sólo me veía a mí con sed de sangre en sus ojos. Mi
padre corrió desenfrenado hacia él, tratando de golpearlo (fue lo más tonto que
pudo haber hecho) otra lanza de plata apareció de inmediato de aquella caja de
madera, atravesando la mano derecha de mi padre la cual pretendía acercarse al
rostro de su amo, sin piedad y sin titubeos. Ese hombre estaba acostumbrado a
jugar con las personas y a matar sin sentir nada. Aquella lanza y su soga se
quedaron levitando en el aire imitando los movimientos de cualquier serpiente
embustera, resbalando entre sus fibras y el metal la sangre de mi padre.
El miedo se apoderó de
mí. Esa es una de las razones de las cuales no quería recordar esto, porque
puedo imaginarme a mi mismo parado en la puerta de mi cuarto, mirando con
horror todo lo que le hacían a mi familia, y yo, teniendo estas habilidades, no
hice nada para evitarlo. Si, tenía seis años,
pero aún así no tuve el valor suficiente para mover un solo dedo por
ellos.
Mi padre gritó de dolor,
así como no dejaba de ver con rabia a aquel hombre. Y antes de que pudiese
pasar un segundo más oyendo su quebrada voz, la soga lo enrolló por la garganta
y empezó a ahorcarlo.
— ¡Detente! —supliqué
con lágrimas en los ojos.
El hombre miró a mi
padre y después a mí, con una sonrisa en su rostro.
—Sabes lo que eres, y
sabes el motivo por el cual estoy aquí, de eso estoy seguro. Y me pregunto que
pasaría si te muestro de todo lo que eres capaz, de seguro te encantara tanto
como a mi el poder que todos los Ornáculus esconden en su interior, es algo
espectacular.
Yo gemía de tristeza y de dolor, como si
sintiera lo que estaba sufriendo mi padre.
El hombre espero una respuesta mía solo unos segundos, pero al ver que
yo no contestaba, volvió a hablar.
—Te propongo un trato. Ya
que veo que te importa mucho su vida, si hacemos la prueba de tu poder, dejare
que ellos se vayan en paz, tu serás quien los liberaras ¿Qué te parece?
Más lanzas y más sogas salieron de la caja de
madera, empezando a transformar la casa en una telaraña, se estaban clavando a
diestra y siniestra en cualquier parte en el que cayeran.
Fui un ingenuo, un menor
de edad que quería ver a su familia con
bien, o lo que quedaba de ella. Y sin decir una palabra, acepte lo que me
propuso. Por alguna u otra razón, todas las sogas empezaron a retorcerse de
placer, como si tuvieran vida propia. La soga que ataba el cuello de mi padre
se aflojó un poco, pero aún lo mantenía al roce de su piel.
—Excelente. —dijo
Una de las sogas agarró una
silla de la cocina y la puso en medio de mi padre y de mí, otra de ellas se
puso arriba de aquella silla, formando un nudo consigo misma. Hizo un círculo
de nudo grueso en la parte superior. Fue tan extraño para mí, no había visto
algo así en mi vida. El hombre se acercó a esa silla junto con mi padre y la
soga en su cuello. Hizo que él se subiera a la silla, y sin quitar su primera
fibra de tortura hizo que el cuello de mi padre se viera rodeado por la otra
soga que colgaba por encima de la silla. Mi padre se veía tan frágil en esos
instantes, nunca pensé verlo así. Su mano aun seguía herida y su sangre aún
fluía constantemente. Yo no podía
entender que era lo que pretendía con todo esto, las sogas que conformaban la
gran telaraña no me dejaban ver con claridad lo que se escondía detrás de
aquella sonrisa. Todavía rondaba por mi
cabeza la idea de que ese hombre no estaba solo, yo lo sabía, lo había
escuchado antes de que tocara la puerta.
Pero lo que más me preocupaba en esos momentos era el poder saber que era lo
que quería que hiciera. Mi padre estaba exhausto, la soga había exprimido toda
la fuerza y la rabia con la que cargaba después de ver la muerte de su esposa.
De tanta tortura, ya su piel estaba irritada y con la marca de las fibras que
lo apresaban.
—Las sogas que vez a tu
alrededor son engañosas, cuídate de ellas. Yo siempre soy quien las controlo,
pero, por esta vez, las dejé libres para que ellas hicieran esta prueba para
ti, no soy muy creativo como imaginaras. Pero ya había visto este juego antes,
lo único que tienes que hacer es cortar la soga que este apresando a tu padre
en el cuello, y ya.
Miré hacia una soga que
estaba a mi lado, tratando de observar con mayor precisión aquel objeto. Sonaba
tan fácil que ni yo mismo podía creer lo que me estaba pidiendo. Era absurdo.
— ¿Listo?
Mire rápidamente su rostro…
sin tiempo de dar un solo respiro…
— ¡Ahora!
El hombre empujó la silla a un
lado dejando que el peso de mi padre se encargara de ahorcarlo, mientras él se
escondía entre esa selva de fibras y plata. Mi padre se movía bruscamente,
tratando de liberarse de aquella soga, pero había más, aquel nudo que se
encontraba en la parte superior se iba apretando cada vez más, gracias a los
mismos movimientos de mi padre. Me asusté, y como un loco empecé a cortar las
sogas que se encontraran a mi alrededor
con pequeñas llamas de color blanco que emanaban de mis manos (tal y como la
historia de la princesa), pero ahí estaba la trampa, cada que cortaba una, las
lanzas eran liberadas de la madera y se dirigían a mí, haciéndome miles de
heridas en la piel. Sin importar cuanta carne llegaran a tocar ellas lo
disfrutaban, podía sentir esa sensación de placer en cada trozo de plata que
rozaba mi piel. Los segundos pasaban y mi padre perdía el aliento. Mis lágrimas
de desesperación no dejaban de salir,
gritaba “padre” cada que se me era permitido, y cuando lo podía ver notaba que
me extendía un brazo, como si tratara de alcanzarme, y al igual que yo no
dejaba de llorar. Quise acércame a él, al ver que era inútil seguir cortando
las que estaban a mi alrededor, así que decidí cortar directamente la que lo
estaba ahorcando. <<Lo que debí de hacer desde un principio, pero no era
tan fácil. >> Me di cuenta de que mis pies estaban apresados, unas sogas
me estaban sosteniendo desde los tobillos, reteniéndome más y más. Sin
pensarlo, quemé aquellas sogas con la llama más grande que pude haber lanzado
en todos esos segundo de desesperación.
<<He ahí mi error… él más grande que
he llegado a cometer. >>
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